Monseñor Doctor
FELIPE RINCON GONZALEZ,
20 de Febrero de 1861 - 13 de Mayo de 1946
IX ARZOBISPO DE CARACAS, (ÚLTIMO CON EL TITULO DE ARZOBISPO DE CARACAS Y VENEZUELA).
Hasta su gobierno pastoral, cuando fue creada la Arquidiócesis de Mérida, Venezuela poseía una sola arquidiócesis, cuyo territorio se correspondía con el del país
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Índice
Dedicatoria
Introducción
Cañadero como el que más
Cañadero como el que más
La
ruta vocacional
De
su propia mano
Como
Timoteo
Sucesión
crítica.
Liderazgo
en la tragedia
Obrar en
silencio
Con
temple de maestro
Una
relación táctica
La
Visita Apostólica
Nunca demasiado tarde.
A
modo de justa reivindicación.
Epílogo
Fuentes
A la memoria de Monseñor Felipe Rincón González,
IX Arzobispo de Caracas, (último de
Caracas y Venezuela)*, único cañadero y primer zuliano en llegar al episcopado
y único, hasta hoy, en vestir la mitra de Caracas, quien con su vida austera,
sencilla, humilde, santa es una inspiración para cuántos quieran ser santos.
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Introducción
En
ocasión del 150mo. Aniversario del Natalicio de Monseñor Felipe Rincón
González, cuyas festividades religiosas y civiles fueron presididas por el
Excelentísimo Nuncio Apostólico en Venezuela
Monseñor Pietro Parolin,
hoy Secretario de Estado del Vaticano, y que tuve el honor de organizar en mi
querido municipio La Cañada de Urdaneta del estado Zulia, fui designado por la
Cámara Municipal para dirigir el discurso de orden en la sesión solemne que por
tan digna efemérides se celebró. Así se me presentó la oportunidad de hacer
públicas las notas que sobre la vida y obra de Monseñor Felipe Rincón González
ya desde los años 90s venía compilando y que son el producto de varios años de
esfuerzo e investigación, pero también de una muy personal admiración y cariño
hacia el prelado cañadero que con toda propiedad puede ser llamado El Obispo Amable.
Este
trabajo intenta, sobre todo y especialmente, hacer accesible a los habitantes
del municipio La Cañada de Urdaneta del Estado Zulia la memoria viva y cercana
de una figura tan entrañable como la de Monseñor Rincón, uno de los más insignes
cañaderos de todos los tiempos, quien fue pastor humilde y prudente en medio de
circunstancias especialmente difíciles.
Fuente
primordial para estas líneas es el Archivo Arquidiocesano de Caracas y una
investigación de campo efectuada en el Municipio La Cañada de Urdaneta.
La
fuente primigenia de información sobre su vida y obra es el epistolario del
Arzobispo que se encuentra en el Archivo Histórico Arquidiocesano de Caracas,
al cual hemos accedido desde el año 2005. Los principales documentos
consultados son las libretas de notas personales del Arzobispo, su epistolario
pastoral y personal y algunos registros de diarios personales de sacerdotes
contemporáneos suyos. Sin embargo, es importante señalar que muchas de sus
cartas fueron destruidas inmediatamente después de la muerte del General Juan
Vicente Gómez por temor a que la relación del Arzobispo con el dictador pudiera
ser utiizada en contra de él o de la Iglesia.
Una
de las más importantes fuentes es el Libro “El Arzobispo Felipe Rincón González”, obra póstuma del Eminentísimo José Humberto Cardenal Quintero+, quien con verdadera sed de justicia
procuró traer luz sobre la persona de Monseñor Felipe y que nos ha sido de
incalculable valor como guía en la elaboración de este trabajo, aunque es
importante señalar que la mencionada obra no pretende ser una biografía ya que,
aunque salpicado de gran cantidad de datos referentes al Arzobispo, el libro
centra su atención en la Visita Apostólica de la que fue objeto la
Arquidiócesis de Caracas durante su gobierno pastoral.
Así,
es importante acotar que hemos prescindido de la reiteración de citas a pie de
página, ya que a excepción de que se indique expresamente lo contrario, las
referencias textuales han sido tomadas de diversas fuentes del Archivo
Histórico de la Arquidiócesis de Caracas, la mayor parte de los retratos e imágenes publicados
en estas páginas se han obtenido de la Enciclopedia de Historia de Venezuela
publicada por la Fundación Polar (FP), otras son del archivo iconográfico
personal de Mariana Blanco Rincón, el resto han sido obtenidas de la Web y son
de libre uso público; advirtiendo asimismo que aún queda
en el tintero mucha tinta para continuar este trabajo.
Varios
datos importantes siguen bajo investigación, por lo que es necesario continuar
este esfuerzo por honrar al Arzobispo con una obra más amplia, misma que nunca
estará completa sin acceder a los Archivos Vaticanos y conocer el
pronunciamiento final de la Santa Sede sobre la Visita Apostólica de que fuera
objeto su administración.
Felipe Rincón
González es el segundo nativo de La Cañada de Urdaneta en ser ordenado sacerdote
católico, el primero fue el también ilustre y famoso presbítero Jesús María
Zuleta, nacido en La Ensenada, y que fuera General del Ejército Venezolano.
Conserva también Felipe Rincón González hasta
hoy el honor de ser el único cañadero en acceder al episcopado y, el primer
zuliano en ser ordenado obispo y el
único en vestir la mitra de Caracas, siendo su gobierno pastoral el más largo
de la historia de la Arquidiócesis capitalina.
El día 30 de
junio de 1919, Felipe presidiría las exequias del Venerable Doctor José
Gregorio Hernández, a las 4 de la tarde, en la Santa Iglesia Catedral de
Caracas. Ya a las 7 de la mañana del mismo día había celebrado misa de cuerpo
presente en casa de José Benigno Hernández, marcada con el número 57, entre
Tienda Honda y Puente de La Trinidad, en la capital de Venezuela. Lugar donde
se velaban los restos mortales del Venerable. También fue él quien confirmaría, el 17 de enero de 1927, el permiso diocesano de funcionamiento a
la congregación religiosa fundada por la Beata María de San José, pero en esta ocasión les dio el nombre
de
Hermanas Agustinas del Corazón Eucarístico de Jesús, las que luego llegarían
definitivamente a llamarse Agustinas
Recoletas del Corazón de Jesús. Como
puede verse, Felipe se movía entre santos.
El 13 de mayo de 1946, Felipe partió al
encuentro del Padre con su alforja llena de buenas obras, entre ellas haber
logrado la entrada de la Compañía de Jesús a Venezuela y la construcción del
Seminario Santa Rosa de Lima en Caracas.
A los nueve días de haber
sido sepultado se procedió a la lectura de su breve testamento ante el Juzgado
Primero de Primera Instancia en lo Civil de Caracas:
En el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Yo, Felipe Rincón González, Arzobispo
de Caracas, encontrándome enfermo, pero en pleno uso de mis facultades, en paz
con Dios y con los hombres, otorgo este testamento: Toda mi vida sacerdotal la
he dedicado a laborar por Dios y por las almas; al frente de la Arquidiócesis
de Caracas no he tenido otra preocupación que el bien de la Iglesia de
Venezuela. Es para mí motivo de honda satisfacción poder afirmar que he sido en
todo momento hijo obediente de la Santa Sede Apostólica. Excepción hecha de mis
ropas y muebles de uso personal, no poseo otros bienes que una cruz pectoral y
cinco anillos y mi biblioteca, parte de la cual se encuentra en el Palacio
Arzobispal de Caracas y parte, en el ilustre Seminario Interdiocesano.
Instituyo mi herencia universal a la Santa Iglesia Metropolitana de la ciudad
de Caracas, porque es mi voluntad que a ella pasen la cruz pectoral y los
anillos mencionados. Lego al Seminario Interdiocesano mi biblioteca arriba
expresada. Así lo otorgo de mi puño y letra y firmo en Caracas a los siete días
del mes de febrero de mil novecientos cuarenta y cuatro
Cañadero como el que más.
“Me
salí de Maracaibo, porque el calor no me iba. Como Obispo del Zulia, no pasaría
de ser, simplemente, Felipe” Con esta expresión rechazaba Felipe
Rincón González, el Obispado del Zulia que le era ofrecido por la Santa Sede en
el año de 1910. Sin embargo, cuando, en 1916, presionado por su clarísima
conciencia sacerdotal, debió aceptar ser nombrado Arzobispo de Caracas y
Venezuela, gustó siempre de ser llamado sólo por su nombre de pila, y así
firmaba su correspondencia. Hecho que si
bien era costumbre eclesiástica, tampoco es una aislada circunstancia en su
vida, durante la que revela, por una parte su humildad característica y, por
otra, permite suponer que al rechazar el Obispado del Zulia, sólo recurrió al
argumento del calor para expresar el deseo de su corazón de permanecer alejado
de las glorias y las cruces del episcopado.
Convicción que se refuerza al constatar su rechazo al Vicariato General
y Provisorato de la Diócesis de Mérida en 1913, siendo esta una ciudad con un
clima templado.
Nacido y
criado en una familia humilde, así vivió y partió al cielo, dando testimonio de
la más absoluta sencillez y pureza de corazón, que fueron sin duda ninguna
hartamente probadas con ocasión de la visita apostólica a que fue sometido su
gobierno pastoral y que coronó con un martirio incruento el atardecer de sus
días.
Fruto del matrimonio entre Ceferino
Rincón y doña Lucía González, Felipe Rincón González nació en San José de Potreritos, el 20 de febrero de
1861, en el Hato San Francisco, hato al
que él se refería como “San Francisco
de La Cañada”,
en Jurisdicción de lo que hoy es la Parroquia San José de Potreritos del
Municipio La Cañada de Urdaneta en el Estado Zulia y Parroquia Eclesiástica
Nuestra Señora del Carmen de la Arquidiócesis de Maracaibo, pero que para la
fecha de su nacimiento era territorio integrado a la Parroquia Inmaculada
Concepción, sufragánea de la Diócesis de Mérida de Maracaibo, ya que la
Diócesis del Zulia sería erigida en 1898.
En
esa misma casa, unas seis décadas más tarde, el 18 de febrero de 1924, también
vería la luz por primera vez el famoso científico Humberto Fernández Morán,
otro hombre de bien, de ciencia y de fama mundial que llena de gloria el
gentilicio cañadero.
Con respecto al hato San
Francisco del Estero
es interesante indicar que el mismo fue producto de la división de tierras que,
en 1834, hicieron los comuneros, procedente de una porción mayor de tierras que
se llamó “El Melonal”. Hoy San
Francisco del Estero
ha sido dividido en dos fincas, de las cuales una mantiene el histórico nombre
y la otra ha sido llamada “Finca Don Lino”.
Hemos de
lamentar que la antigua casona donde vino al mundo el arzobispo fuera destruida
por los actuales dueños del hato, precisamente porque según ellos “tenían el temor de que esta investigación e interés
en la vida de Felipe Rincón González pudiera llevar a la expropiación de sus
tierras por razones de utilidad pública, cultural e histórica”. Es lamentable que bajo ese temor
infundado se produjera la destrucción de un bien patrimonial incuestionable.
Desconocemos
hasta que edad vivió Felipe en los predios de San José de Potreritos y no
tenemos hasta hoy datos suficientes sobre su infancia, sin embargo sabemos que
durante su juventud trabajó como dependiente en tiendas comerciales de
Maracaibo, especialmente en la Casa Christern como vendedor de sombreros y
tenedor de libros; según él mismo lo refiere en sus notas personales:
El primero de abril de l886 me embarqué en Maracaibo para
Puerto Cabello para establecer allá una sucursal de la sombrerería Christern
& Cia. Estando en Puerto Cabello recibí, el 9 de septiembre del mismo
86, la noticia de haber muerto en los Haticos de Maracaibo mi hermano
Alcibíades el 22 de agosto, de anemia causada por calenturas de la Costa: murió
a las diez de la mañana.
La ruta vocacional
El profundo
dolor causado por la muerte de su querido hermano y los buenos consejos de un
amigo suyo le hicieron despertar a la posibilidad de hacerse sacerdote:
Con motivo de la muerte de este hermano, hice el propósito
de seguir la carrera eclesiástica, idea ésta que fue despertada en mi espíritu
por el íntimo amigo Miguel Ángel Villalobos G., quien a la sazón se hallaba
conmigo, y quien junto conmigo hizo el mismo propósito. Este buen amigo
regresó a Maracaibo en noviembre, quedando yo en Puerto Cabello agenciando mi
negocio y deseando ver lo más pronto posible realizada la feliz idea que me
había hecho concebir el amigo.
No obstante, no sería sino hasta los
veinticinco años de edad cuando manifestó su deseo de ser sacerdote y comenzó
por cuenta propia la preparación académica necesaria. Con esa finalidad
renunció a su trabajo a los 29 años.
El 1 de
septiembre de 1892 graduó de Bachiller en la Universidad del Zulia y allí
mismo, aún de seglar, empezó el curso de Ciencias Eclesiásticas. En 1893
continuó sus estudios en la Escuela Episcopal de Caracas vistiendo ya la sotana
y allí permaneció hasta 1895 cuando marchó a Mérida en compañía de Monseñor
Antonio Ramón Silva, obispo de aquella diócesis, de la cual dependía el Zulia.
En Mérida
continuó el curso de Teología en la Universidad de Los Andes, donde obtuvo el
doctorado el 15 de agosto de 1897. Aunque su formación comenzó a edad tardía,
de ningún modo puede pensarse que fuera deficiente.
Felipe Rincón
González recibió la ordenación sacerdotal en la Catedral de Mérida, de manos
del Obispo Antonio Ramón Silva, el 19 de septiembre de 1896. Después de servir
el cargo de Vicario Cooperador de la Parroquia El Llano, en la misma ciudad de
Mérida, y de Párroco del Sagrario y de Secretario de Cámara de la Curia
Episcopal, fue nombrado en los primeros días de 1899 Cura y Vicario de San
Cristóbal, que para entonces era uno de los cargos de mayor importancia y
distinción en la Diócesis de Mérida. En ese cargo se destacó por su celo
pastoral, rectitud, prudencia y caridad que le captaron el afecto, veneración y
respeto de sus feligreses, lo mismo que del clero de San Cristóbal.
El 28 de
octubre de 1916 recibió Felipe Rincón González la consagración episcopal de
manos de Monseñor Antonio Ramón Silva, Obispo de Mérida. Había sido elegido
como candidato para el Arzobispado de Caracas por el Congreso de Venezuela, de
acuerdo a la Ley de Patronato Eclesiástico, el 22 de mayo de ese año y
preconizado el 10 de agosto siguiente por Su Santidad Benedicto XV.
De su propia mano:
Dejemos a continuación que sea el
propio Monseñor Felipe Rincón González, de su puño y letra, quien nos haga una
breve relación de su vida:
“A principios de l887 regresé a Maracaibo,
continué en la casa mercantil de Von Pein & Cia. como dependiente y al
mismo tiempo iba haciendo mis estudios de Castellano y Latín con el Dr. Antonio
Acosta Medina, quien gustosamente y sin interés monetario me enseñaba estas
asignaturas. Cuando hube aprendido dichas materias, me presenté a
exámenes públicos en el Colegio Bolívar junto con los niños de aquel instituto;
haciendo en esto un esfuerzo grande, pues me era bastante penoso. Luego
obtuve las matrículas de Castellano y Latín, me matriculé en la clase de
Griego, regentada por el Br. Orángel Rodríguez a quien debí especiales
consideraciones. Quedándome poco tiempo para asistir a clase por la
atención de mi dependencia supliqué al Sr. José Antonio Infante, Director del
Colegio Bolívar, que me aceptara un examen particular participado, y así
conseguí la matrícula de griego. - El 9 de agosto de l888 murió mi hermano
Julio en los Haticos-Después de terminado el Griego, y aún siendo dependiente,
principié el curso de Filosofía; pero como el estudio de 2º año era difícil,
resolví separarme de la colocación que tenía, el año de l890, para no exponerme
a quedar mal en mis clases…
..
Terminé el curso y me gradué de Bachiller en la Universidad del Zulia el lº de
septiembre de l892. En este mismo año principié el curso de Ciencias
Eclesiásticas- el 23 de abril de l893 murió mi mamá en la Plaza de la Capilla,
como a las l0 de la noche. A principios de agosto de este mismo año,
después de haber presentado examen de las materias de primer año de Ciencias
Eclesiásticas, me embarqué para Caracas con mi hermana Natividad, dispuesto a
continuar mis estudios en el Seminario Tridentino del Arzobispado…
…El
l2 de agosto, a bordo del vapor, antes de llegar a La Guaira, me puse la
sotana; habiéndome afeitado convenientemente en Curazao. Estuve en el
Seminario de Caracas hasta principio del 95 que vine para Mérida con Monseñor
Silva. En Mérida seguí mis estudios en la Universidad, al mismo tiempo
que le serví de Familiar al Ilmo. Señor obispo. Recibí la Prima Tonsura
el 23 de marzo del 95, en el Oratorio del Señor Obispo, en Mérida; las Cuatro
Ordenes Menores las recibí el 25 de abril, en el mismo Oratorio; el
Subdiaconado lo recibí en Tabay el 4 de agosto, y el Diaconado lo recibí en la
Matriz de Maracaibo el 21 de diciembre, también del 95. El Sacerdocio lo
recibí en la Catedral de Mérida el l9 de setiembre del 96, y canté mi primera
misa el 24 del mismo mes, en la Capilla del Carmen, en Mérida. Me
gradué de Doctor en Ciencias Eclesiásticas el l5 de agosto del 97 en la
Universidad de Mérida. Recién ordenado me mandó Monseñor Silva de
Teniente- Cura del Pbro. Juan Ma. Flores a la parroquia del Llano en Mérida;
después habiendo tenido que separarse de la Secretaría de Cámara el Pbro.
Alfredo Clarac, fui nombrado en su reemplazo, Cura del Sagrario y Secretario de
Cámara, el 20 y 23 de marzo de l897…
…Serví
en estos puestos hasta el 5 de enero de l899 en que me nombraron Cura Vicario
de San Cristóbal: salí de Mérida el 8 de enero del mismo año y llegué a San
Cristóbal el día l3 del mismo. En mayo de l9l0 fui llamado a Caracas, por
Monseñor José Aversa, Delegado Apostólico para hacerme Obispo del Zulia
pero no acepté; negativa que me costó muchísimas mortificaciones pues tanto
Monseñor Aversa como Monseñor Castro y Monseñor Silva se empeñaron fuertemente
de que aceptara. (...)En octubre de l9l3 fui llamado a Caracas por el
Señor Delegado Apostólico, Monseñor Carlos Pietropaoli; y el Gral. Juan Vicente
Gómez me consultó si quería ir a Ciudad Bolívar como Obispo Coadjutor de
Monseñor Durán, y yo le dije que no. (El Gral. Gómez me dijo que era
urgido por el Delegado para que yo fuera a Ciudad Bolívar). El 23 de mayo de
l9l6 me nombró el Congreso Nacional, Arzobispo de Caracas, y acepté dicho
cargo, porque me creí obligado a ello como asunto de conciencia, no porque me
guiara ningún interés particular, ni porque sintiera gusto, pues en San
Cristóbal estaba muy contento y era muy querido…
…Salí
de San Cristóbal para Caracas, llamado por el Delegado Apostólico, Monseñor
Carlos Pietropaoli el día 2 de julio, en medio de la mayor aflicción de aquel
pueblo, que mucho me había amado, y llegué a Caracas el día 7 del mismo julio.
(...)Fui consagrado de Arzobispo el 28 de octub. del año l9l6, e inmediatamente
me encargué del Arzobispado. Fue mi consagrante, Monseñor Antonio Ramón
Silva, Obispo de Mérida. (...)"
Como Timoteo
Aquellos consejos en los que San Pablo
le insiste a Timoteo, Obispo, en la primera carta que le dirige, parecieran
haber encontrado perfecta cuna en el corazón de un hombre sencillo, quien
llegado al episcopado con 55 años de edad, fue capaz de hacer amoroso eco de
las palabras del Apóstol, en cada una de las gestiones de su ministerio al
frente de la Arquidiócesis de Caracas, a la que llegaba precedido por la buena
fama de que le había adornado su intachable entrega al servicio del Evangelio
por las virtudes de la bondad, la prudencia y la amabilidad con su carácter
tranquilo y sosegado.
Su amor a la Iglesia manifestado de
forma contundente por el sometimiento inequívoco a la autoridad del Romano
Pontífice, especialmente durante los amargos años de la Visita Apostólica, fue
señal inequívoca de su buen ánimo y disposición a cargar con la cruz en el
seguimiento del Señor. Entereza de ánimo que le llevó a enfrentar cualquier
obstáculo una vez que se proponía algún proyecto, como quedó demostrado
especialmente por su empeño en la construcción del seminario.
La
formación intelectual de Monseñor Rincón si no fue basta y erudita,
tampoco fue insuficiente, como si lo fue la formación académica de la mayoría
de los eclesiásticos de su época.
Cualquier
posible carencia en su formación académica fue siempre compensada con creces
por su infatigable espíritu conciliador y su amabilidad superlativa.
Los
posibles déficits que se atribuyen en su formación intelectual provienen de un
injusto ejercicio de comparación con la lumbrera que para la época había
significado su inmediato antecesor Monseñor Juan Bautista Castro, cuya
formación era ciertamente destacada frente al común de los clérigos de su
época.
Por
otra parte; y, en segundo término, habiendo estado dedicado a labores
comerciales hizo que su educación estuviera basada en aspectos contables y
administrativos, lo cual sin duda alguna sería una gran herramienta a la hora
de su detallada entrega de cuentas durante la Visita Apostólica de que fuera
objeto su administración al frente de la Arquidiócesis.
Otra
razón es que, siendo honestos, la formación del clero venezolano para la época
era ciertamente deficiente, debido fundamentalmente a la situación de
postración general en que se hallaba no sólo la Iglesia sino toda la sociedad y
cultura venezolana de la post guerra de federación y los azotes del caudillismo
militarista.
De
tal modo que lo justo sería decir que, lejos de ser deficiente, la formación de
Monseñor Felipe Rincón le llevó a desempeñar puestos de interés y de importante
responsabilidad en la diócesis Emeritense llamado por Monseñor Silva. Uno
de los cargos que ocupó fue el de secretario de Cámara del obispo, nombramiento
en el cual el obispo Silva se expresa del siguiente modo:
Satisfechos de la instrucción, fidelidad y prudencia de vos Pbro. Felipe
Rincón González y atendiendo a los buenos servicios que de vos hemos recibido,
os nombramos nuestro Secretario de Cámara, para que, por el tiempo que fuera
nuestra voluntad, pasen ante vos las órdenes y demás actos tocantes a nuestra
dignidad episcopal
Es
de hacer notar la mención que el texto anterior hace de la fidelidad y
prudencia de Monseñor Felipe, los cuales fueron rasgos que le distinguieron
durante toda su vida.
Monseñor
Felipe contaba con un gran sentido práctico y los múltiples testimonios legados
a nosotros por aquellos que le conocieron son unánimes al señalar su gran
bondad y serenidad ante cualquier circunstancia.
Ciertamente,
al modo de los consejos que San Pablo daba a Timoteo, Felipe supo ser un pastor
completo, movido por el corazón, al estilo de Jesucristo, un pastor “con olor a
Oveja”, como diría hoy el Papa Francisco.
Fue
precisamente la personalidad afable, cordial, prudente y amorosa del arzobispo
lo que hizo posible que en una época de grandes enfrentamientos y consternación
reinara un clima general de reconciliación y de armonía que paulatinamente
restauraría la paz en la Iglesia de Caracas y Venezuela, azotada por
enfrentamientos, dolorosamente mezquinos que finalmente llevaron al martirio
incruento de Monseñor Felipe Rincón.
Sucesión
crítica.
La extremadamente difícil situación que cursaba en el clero capitalino, que
llevó incluso a la intentona de envenenar al Arzobispo Castro con el vino de
consagrar, provocó que para sucederle no se escogiera a ninguno de los
sacerdotes de la Arquidiócesis, sino que se designó a uno de la Diócesis de
Mérida, el cual desempeñaba la vicaría foránea de San Cristóbal. Era uno que si
bien no deslumbraba por sus letras como su antecesor si impresionaba a todos
por su virtud, prudencia y bondad.
Esas características convirtieron a Rincón
González en la figura clave para las difíciles relaciones entre la Iglesia y el
dictador Juan Vicente Gómez, ya que este sentía un profundo respeto por el
arzobispo, a quien conocía desde su estancia en San Cristóbal. De ello se valió
el arzobispo para conseguir no pocos beneficios para la Iglesia y la sociedad
venezolana, tales como la entrada de congregaciones religiosas al país, entre
ellas la Compañía de Jesús que había sido expulsada, también la llegada de
clero extranjero, la fundación de colegios, instituciones benéficas, entre
otros beneficios institucionales, así como la invaluable intercesión y ayuda a
personas y familias enteras que eran víctimas de la dictadura y a quienes el
arzobispo, por su intercesión ante Gómez, libró de los rigores de la cruel
represión.
En medio de tanta agitación
política, sin embargo, el proceso de renovación de la Iglesia en Venezuela
encuentra en Monseñor Rincón a uno de sus más claros exponentes, ya que gracias
a su vida austera y religiosa se sembraron las bases para una verdadera
restauración eclesiástica en el país. Su aporte al crecimiento de la Iglesia en
las primeras décadas del siglo XX es innegable.
Las guerras de independencia y
federación, el férreo ataque del guzmancismo, la ilustración y el militarismo
caudillista en el país, habían arrinconado a la Iglesia hasta hacerla aparecer
como una institución gris y opacada. Frente a tales realidades, el gobierno
prudente, seguro y austero de Monseñor Felipe Rincón González trajo sobre la
Iglesia venezolana un clima de crecimiento, conciliación y reconocimiento del
que no gozaba desde tiempos coloniales, como lo señala su propia sobrina-biznieta
Mariana
Blanco Rincón en su Tesis de Grado para optar a la Licenciatura en
Historia en la Universidad de Lovaina, Bélgica : “De una situación eclesial de postración, marginación y poca influencia
en la sociedad, Felipe Rincón González la hizo pasar en unas décadas a una
época con unas perspectivas halagadoras”.
Con Monseñor Felipe Rincón González
puede afirmarse, sin lugar a dudas, que la Iglesia en Venezuela logró
reimplantarse, recuperando prestigio e influencia y por tanto autonomía para
cumplir sus funciones. Todo fundamentalmente debido a la característica más
notable de su personalidad, ser amable, prudente y cordial más allá de la
virtud simplemente humana.
Liderazgo en la
tragedia
Durante
sus primeros años al frente de la Arquidiócesis de Caracas la actuación de
Monseñor Rincón fue discreta, pero inflamado de caridad pastoral se daría a
conocer profusamente a partir de 1.918 a causa de la epidemia de gripe llamada
“la española”, que como al resto del mundo, también azotó a Venezuela. El
arzobispo estuvo a cargo de dirigir la Junta de Socorro que ayudó a controlar
la enfermedad en Caracas. Gran parte de la población venezolana fue
atacada por esta gripe que produjo millones de muertos, especialmente en
Europa. En Caracas, bajo la dirección de Felipe Rincón González se fundaron
hospitales de emergencia y se atendió en los barrios la gran cantidad de
enfermos. De igual forma,cuando la epidemia se extendió al interior del país,
el Arzobispo fue de los primeros en socorrer a las víctimas de todo el país..
Su
obra se caracterizaría por la edificación silenciosa y sólida de una Iglesia
que había ganado algunos privilegios perdidos. Desde un principio su actividad
se centró especialmente en la construcción del seminario Santa Rosa de Lima de
Caracas, que fue inaugurado en l921. Por otra parte, gracias a sus
gestiones y a sus relaciones cordiales con el Gral. Gómez, logró que llegaran
al país gran número de congregaciones religiosas, entre ellas los Jesuitas, a quienes
encomendó la dirección del seminario y la formación de los seminaristas. Así lo ha mencionado el Cardenal
Jorge Urosa Sabino en la homilía de la celebración de los 100 años del retorno
de la Compañía de Jesús a Venezuela, UCAB, 11 de julio de 2016: “En 1916, dos jesuitas, enviados por la
Provincia de Castilla, vinieron en respuesta a la invitación del Arzobispo de
Caracas, Mons. Felipe Rincón González, para que asumieran la dirección del
Seminario Metropolitano de Caracas”
Estas gestiones demuestran claramente la preocupación de Monseñor Felipe Rincón González como Primado de Venezuela y la del resto de los obispos por la sólida y adecuada formación del clero así como el fomento de las vocaciones sacerdotales; y que encontraría un importante apoyo en toda la iglesia en Venezuela, fundándose no solo el Seminario de Caracas sino simultáneamente varios seminarios menores en diferentes ciudades del país, así como centros de formación propios de diferentes congregaciones religiosas e institutos de vida contemplativa
Obrar en el silencio.
Estas gestiones demuestran claramente la preocupación de Monseñor Felipe Rincón González como Primado de Venezuela y la del resto de los obispos por la sólida y adecuada formación del clero así como el fomento de las vocaciones sacerdotales; y que encontraría un importante apoyo en toda la iglesia en Venezuela, fundándose no solo el Seminario de Caracas sino simultáneamente varios seminarios menores en diferentes ciudades del país, así como centros de formación propios de diferentes congregaciones religiosas e institutos de vida contemplativa
El interés y el trabajo decidido de
Monseñor Felipe Rincón contribuyeron a paliar de forma significativa la
importante escasez de clero que sufría Venezuela, lo cual vino a redundar en
beneficios directos a toda la sociedad venezolana, ya que la mayoría de los
sacerdotes de la época eran también educadores.
Así también se preocupó por la
restauración de la catedral de Caracas, cuyo estado era no sólo vergonzoso sino
incluso peligroso para los fieles. Así en el Año Santo de la Redención, 1.933,
dio inicio a los trabajos de reacondicionamiento, incluida la sustitución de
los pisos de mármol, se cambió el tejado y se redujo el grosor de las columnas,
bajo la dirección técnica del Arquitecto Doctor Gustavo Wallis.
Además,
Su estrecha colaboración con los representantes del Papa dio fructíferos
resultados entre los que sobresalió la erección de cuatro nuevas diócesis
en Venezuela en 1922.
Con temple de Maestro
Con respecto a la educación pública,
y a raíz de la nueva Ley de Educación de 1924, el Nuncio y el arzobispo de
Caracas, Monseñor Rincón, se dirigieron al Presidente Gómez, pidiendo que en
las escuelas públicas se autorizasen las clases de religión. Aprobada la Ley,
el Arzobispo demanda ante la Corte Suprema de Justicia, para que se declaren
nulas las trabas introducidas para la ley de educación religiosa.
Era desafiante para el Ministro de
Educación Rubén González, un pronunciamiento de la Corte así que acudió a Gómez
con el dilema de que si permitía que la Corte fallase declarando constitucional
la enseñanza de la religión él renunciaba, pero que esto sería grave ya que
sería el triunfo de la educación clerical. La solución de Gómez fue otra vez
ambigua sobre su mentalidad para con la
Iglesia: que se hable con Monseñor Rincón para que desista de su demanda. El
arzobispo así lo hizo y se estableció una Junta Conciliadora que terminó el
incidente, logrando por la vía de la conciliación lo que se proponía el
Arzobispo mediante la demanda judicial. Pero nos quedamos sin saber lo que
sobre la Iglesia pensaba en su interior Gómez.
Una relación táctica
Las
relaciones del Arzobispo Rincón con el General Juan Vicente Gómez fueron casi
siempre cordiales. Sus años de vida en la región andina le permitieron
tener cierta comprensión de la idiosincrasia y cultura que le facilitaría abordar
exitosamente el carácter enérgico y atenuar el temperamento del dictador, al
punto de que llegó a gozar de cierto grado de influencia sobre Gómez, la cual
supo utilizar prudentemente en beneficio de la iglesia y el bien social. De ese
modo fue posible el reingreso al país de los jesuitas, que habían sido
expulsados de Venezuela. Sin embargo el
Arzobispo conocía bien sus límites y prefería no abusar de la confianza de
Gómez. Reflejo de ello es la carta
que en 1922 envió al entonces secretario de Gómez, doctor Enrique Urdaneta
Maya:
Por
el pliego que le adjunto verá Ud. que hemos sido nombrados miembros de una
delegación que la "Corporación Zuliana para la Coronación de N.S. de
Chiquinquirá" ha formado con el fin de exigir al Gral. Gómez, una ayuda
monetaria para el embellecimiento y ampliación del templo de la Chiquinquirá.
Atendiendo a que el Gral. Gómez me ha ayudado siempre en mis empresas de la Arquidiócesis
y me tiene ofrecida su valiosa cooperación para la conclusión de la obra del
Seminario, he procurado eximirme de ir a Maracay en la Delegación; pero de
ningún modo he podido hacer valer mis excusas presentadas, y tiene resuelto ir,
probablemente en la segunda semana de marzo. Tenga la bondad de hacerle saber
al Gral. Gómez, que he hecho esfuerzos para no ir a Maracay en esta delegación,
pero que han sido inútiles estos esfuerzos, pues Don Juan París y el Dr. Ochoa
me han compelido a ir.
El
respeto que el dictador le profesaba no impidió al arzobispo pedir la libertad
de los presos políticos y muchos de ellos, así como numerosos asilados
volvieron al país gracias a sus gestiones. Incluso en momentos de gran
agitación como los famosos disturbios estudiantiles del año 1928, cuando, junto
al Nuncio Apostólico y los otros obispos, al dirigirse al dictador para
felicitarle la Navidad, al mismo tiempo se le pidió la amnistía de los presos
políticos:
Y al propio tiempo, deseosos de
que todos los hogares cristianos participen de los regocijos de esta
festividad, que es la de la paz traída por el Hijo de Dios a la tierra y
ofrecida a los hombres por los mensajeros del cielo, el Representante del Padre
Común de la Cristiandad y los Pastores de la Grey venezolana nos permitimos
rogar respetuosamente al Benemérito Jefe del País que, usando de la
magnanimidad de su corazón, se digne hacer un acto de clemencia respecto de los
actuales retenidos políticos. Al dar este paso, los firmantes creemos responder
a un impulso de nuestros sentimientos paternales, así como a la más sincera
aspiración de que se consolide más y más en la República el amor a la paz,
fundamento insustituible del bienestar de la Naciones.
Así
también supo el arzobispo Rincón González allanar las dificultades que corrientemente
surgían entre los representantes pontificios y el dictador y, gracias a su
prudencia y tacto, fue posible la realización de importantes proyectos para el
crecimiento de la Iglesia Venezolana, entre ellos la creación de nuevas
diócesis. El arzobispo era consciente de esta relación y en los duros días que
marcarían el final de su administración, haciendo un balance de la misma,
escribiría a este respecto:
La grande estimación que me
profesaba el Señor Gral. J.V. Gómez, Presidente de la República, atrajo sobre
mí bastante animosidad; pero al mismo tiempo ella sirvió para permitir que, por
mi intervención se alcanzaran beneficios que de otro modo quizás habría sido
imposible conseguir. La entrada, por ejemplo, de la Compañía de Jesús en
Venezuela, para encargarse del Seminario, fundar colegios y prestar otros
grandes servicios en el sagrado ministerio; el ingreso aquí de otros Institutos
Religiosos; el establecimiento de las Misiones del Caroní y del Alto Orinoco,
es probable que no serían hoy una hermosa realidad, si las gestiones de la
Nunciatura Apostólica al respecto, no hubiesen contado con mi cooperación en
aquella forma.
Tras
la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935 comienza para el Obispo Amable una
etapa sumamente dolorosa, que vino a constituir el corolario de su vida en el
Evangelio y una forma de martirio incruento que le lleno de profunda tristeza
por sufrir tales persecuciones, pero que a la vez le concedió las alegrías de
los justos.
Acusado de la malversación de los bienes de la
Arquidiócesis, la Santa Sede decretó el 26 de abril de l937 una Visita
Apostólica que no lograría establecer claramente las acusaciones y que a pesar
de ello, duraría dos años. La Nunciatura Apostólica deseaba su renuncia
para crear así nuevas condiciones que fueran favorables a un Concordato entre
la Santa Sede y el gobierno venezolano. Pero ello no fue posible.
Monseñor Rincón se defendió de los ataques dando razón de cada una de sus
actividades administrativas. El nombramiento hecho por la Santa Sede en
1938 de Monseñor Mejía como su obispo auxiliar con facultades de obispo
residencial, creó un nuevo conflicto pues tal acto correspondía al gobierno
venezolano por ley.
Para
evitar una ruptura entre ambos poderes, se abrieron negociaciones oficiosas
para la elección de un obispo coadjutor que coincidiera con las exigencias de
Roma y de Venezuela. Después de largas conversaciones el nombramiento
recayó en Monseñor Lucas Guillermo Castillo. Al mismo tiempo se decretaba
la clausura de la Visita Apostólica. Desde entonces Monseñor Rincón vivió
retirado de cualquier actividad de la arquidiócesis en la espera de la
sentencia definitiva de Roma que nunca llegó. Moriría seis años más
tarde, el 13 de mayo de 1946.
La Visita Apostólica
En cuanto al episodio
de la visita apostólica a que fue sometida la administración de la Arquidiócesis
durante los años postreros del episcopado de Monseñor Felipe Rincón González, no
vamos aquí a redundar en datos, análisis o defensas del arzobispo, lo cual ha sido
suficientemente ventilado en el texto póstumo del Eminentísimo Cardenal
Quintero. En su lugar, leamos lo que al respecto ha dicho su Eminencia el
Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano:
La dura prueba a la que fue sometido
desde el año 1931 hasta 1939, constituye un periodo aún hoy de difícil
interpretación y que a lo largo de estos años ha dejado su figura en el olvido.
No estamos aquí llamados, obviamente, para formular un juicio al respecto. Ello
requeriría otro lugar, otras competencias y otras profundizaciones y, en fondo,
como solía repetir el Cardenal Quintero: “los
juicios hay que dejárselos a Dios” (p. 8), el cual, afortunadamente, “no nos trata como merecen nuestras culpas,
ni nos paga según nuestros pecados”. (Salmo responsorial), aunque si ello
no quita nada a las responsabilidades individuales. En cualquier caso, la
valoración de esta cuestión, como todas las cuestiones, hermosas o no, que
tienen que ver con la vida de la Iglesia no va hecha exclusivamente con parámetros
humanos sino guiados por la Sabiduría de Dios, aquella de la cual nos habla la
segunda Lectura.
Sin embargo, aún hoy, muchos
sacerdotes que le han sobrevivido, desde su ancianidad, lo recuerdan con un
singular cariño. También nosotros hemos
querido recordarlo y conmemorarlo, en esta ocasión significativa de los 150
años de su nacimiento, movidos por la invitación de la carta a los Hebreos: “Acuérdense de quienes los dirigían, porque
ellos les anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo terminó su vida e
imiten su fe. Jesucristo es el mismo
ayer y hoy, y lo será para siempre” (Heb. 13,7-8). Que de verdad, mientras cumplimos este deber
de agradecimiento, sepamos aprender de este insigne Pastor la fe, la esperanza,
la caridad y el amor a la Iglesia!
Nunca demasiado
tarde. A modo de justa reivindicación.
El
21 de febrero de 2011, el excelentísimo Nuncio Apostólico en Venezuela,
Monseñor Pietro Parolin, presidió la Misa conmemorativa del Sesquicentenario
del natalicio de Monseñor Felipe Rincón González, en el templo parroquial de la
Inmaculada Concepción en la Cañada de Urdaneta del Estado Zulia. Allí, a casa
llena, el hoy Secretario de Estado del Vaticano pronunció grandes y tales
palabras de elogio a la persona y obra del Arzobispo Amable que las mismas
merecen ser transcritas en su totalidad para que, viniendo de la boca de quien
precisamente vienen y con lo que ello significa, sirvan como bálsamo de
restauración a la memoria de Monseñor Felipe Rincón González y como desagravio
a su noble memoria:
Queridos hermanos y hermanas: “Que doblen las campanas jubilosas, y
proclamen el triunfo del amor, y llenen nuestras almas de aleluyas, de gozo y
esperanza en el Señor” (Oficio de lectura del domingo II del tiempo
ordinario). Estas palabras, tomadas de un
himno de la Liturgia de las Horas, bien se adecuan al día solemne que estamos
viviendo en la parroquia Inmaculada Concepción en el Municipio La Cañada de
Urdaneta del Estado Zulia.
Aleluyas y gozo porque es Domingo,
el “día del Señor”, día en el cual Jesucristo resucitó y subió victorioso a
donde el Padre: “los sellos de la muerte
han sido rotos, la vida para siempre es libertad, ni la muerte ni el mal son
para el hombre, su destino, su última verdad” (cf. ib.).
Aleluyas y gozo, también, porque hoy
conmemoramos el nacimiento ocurrido en esta parroquia hace 150 años,
exactamente el 20 de febrero de 1861, de Mons. Felipe Rincón González, que el
Señor más tarde llamaría para gobernar la sede de Caracas como su noveno
Arzobispo. ¡Justamente, la Cañada de Urdaneta está orgullosa de haber visto
nacer a este “hijo ilustre”, como ha
sido declarado ayer, post mortem,
Mons. Rincón González! En estas figuras de Obispos – sin
olvidar obviamente a los sacerdotes, religiosos, religiosas y a los laicos –
que han enriquecido y ennoblecido la Iglesia venezolana en el curso de su
historia, nosotros vemos la obra del amor de Dios que no abandona jamás a su
rebaño, sino que lo custodia, lo protege y lo conduce a través de los tiempos
bajo la guía de aquellos que Él mismo elige como vicarios de su Hijo y los
constituye en Pastores (cfr. Prefacio de los Apóstoles). Con el Salmo
responsorial decimos entonces: “Bendice
al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides
de sus beneficios”.
Hemos venido, esta mañana, a
bendecir y agradecer al Señor por el bien que nos ha hecho (cfr. Antífona de
entrada) a través de la vida y la obra de Mons. Rincón González, y a todo deseo
dirigir un saludo fraterno y afectuoso en nombre del Papa Benedicto XVI: al Rvdo.
Mons. Marcos Martínez Lerena, Párroco de esta parroquia, al cual deseo expresar
mi profunda gratitud por la invitación a presidir esta Eucaristía; a los demás
sacerdotes concelebrantes, el P. Roberto y el P. Rafael, originarios también de
esta parroquia; a las Autoridades civiles que gentilmente nos acompañan,
especialmente a los representantes de la Alcaldía y de la Cámara Municipal:
agradezco a estas últimas por el honor que me hicieron ayer al declararme
Huésped de Honor y otorgarme la Llave del Municipio y el Escudo de Armas de la
Familia Urdaneta; a los seminaristas, a los miembros de los Grupos,
Asociaciones y Movimientos de Apostolado y a todos los fieles aquí presentes.
También traigo a ustedes la paternal
solicitud del Papa hacia los católicos venezolanos y su Bendición que es para
todos, pero en modo especial, para las familias de esta comunidad y las
personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu por la enfermedad, la
pobreza, la falta de esperanza. Los invito, por otra parte, a rezar por las
intenciones y el ministerio del Papa que, entre sus funciones, tiene aquella de
apacentar, acompañar y mantener en la unidad al Pueblo santo de Dios; los
invito a crecer en la comunión con Él y en la cordial adhesión a su Magisterio,
con el cual confirma en la fe a los hermanos (cfr. Lc. 22,32).
De Mons. Felipe Rincón González
queremos destacar, en esta celebración, que fue un Padre y un Pastor bueno en
medio de su pueblo, y un hijo obediente de la Iglesia, con un estilo de vida
sencillo que lo distinguió en todas las fases de su existencia humana,
cristiana y sacerdotal.
Estas características emergieron
desde los primeros años de su sacerdocio, que recibió de manos del Obispo de
Mérida, Mons. Antonio R. Silva, a los 35 años de edad, habiendo iniciado su
formación eclesiástica después de los 25 años, muy tarde para la época, cuando
los candidatos al ministerio sacerdotal normalmente comenzaban el Seminario
desde una temprana edad. En San Cristóbal,
que ya para entonces era uno de los puestos de mayor importancia y distinción
de la diócesis Emeritense, donde fue nombrado Cura y Vicario en 1899, mostró
celo, rectitud, prudencia y caridad y se conquistó el afecto de todos sus
feligreses, lo mismo que de todo el Clero de la Vicaría.
Aprecio y amor del pueblo se ganó
también en Caracas, a partir de 1918, dando prueba de dedicación y de entrega a
sus hijos durante el azote de la gripe
llamada “española”. Le tocó presidir la Junta de Socorros, que hizo frente a las
necesidades de los enfermos más pobres.
Logró movilizar toda la caridad de la Arquidiócesis. En cada parroquia y
barrio se abrieron dispensarios para la distribución de medicinas y alimentos,
además de muchos comedores populares, y se fundaron cinco hospitales de
emergencia. Recomendó a sus sacerdotes
que atendieran espiritualmente a los enfermos y él mismo dio el ejemplo,
pasando a auxiliar en sus lechos a los enfermos y moribundos.
Marcado por dos siglos con distintas
sensibilidades, Mons. Felipe Rincón González fue llamado, según los designios
de Dios, para dar respuesta a los retos y para desarrollar instituciones,
debilitadas por la guerra y por las luchas sangrientas del siglo XIX, entre las
que se debe destacar con mucho énfasis el Seminario, que desde los primeros
días de su ministerio colocó como programa y como meta para la Iglesia de la
Capital. Él logro llevarlo a término en el año 1921: un amplio edificio,
encumbrado en lo que en ese entonces era una zona distante de Caracas, rodeado
de verde y custodiado por el cerro El Ávila.
Gracias a sus relaciones con el General Juan Vicente Gómez, logró el
definitivo ingreso de los Padres Jesuitas en Venezuela, quienes se ocuparían de
la dirección del Instituto y serían los formadores de generaciones de
sacerdotes que brillaron después por su personalidad y su celo pastoral, y
también por su oratoria y su pluma. Gracias a su obra, en efecto, la Iglesia
venezolana dio a la Patria destacados periodistas, como por ejemplo, S.E. Mons.
Pellín, que fue también Director del diario La
Religión, otra de las grandes obras a la que dio impulso y renovación Mons.
Rincón González, convirtiéndolo en uno de los mejores periódicos de Venezuela.
Fue Pastor de Caracas en el momento
en que era necesario un hombre de trato afable y paterno, capaz de traer
consigo la paz y la unidad. Sin brillar
por su ciencia, cultura u oratoria, se destacó en lo que todo cristiano y
sacerdote se debe destacar: en el cumplimiento de la voluntad de Dios y en el
servicio al prójimo.
Su actitud interior de la búsqueda
de la voluntad de Dios – que también hemos pedido para nosotros en la oración
colecta de esta S. Misa – brilla en la cuestión sobre su nombramiento
episcopal. Dos veces lo rechazó, en 1910 para la sede del Zulia y en 1913 para
la sede de Guayana. Pero cuando en 1916 le llegó la tercera llamada, para la
sede de Caracas, él obedeció y escribió al Presidente de la Republica, General
Gómez: “Sin embargo, si el Sumo
Pontífice, a cuya obediencia estamos sujetos todos los sacerdotes católicos,
cree conveniente mi ascenso a esa dignidad, yo haré todos los esfuerzos
posibles para corresponder a la Iglesia y a la Patria”. En tiempos en los cuales regía el Patronato
Eclesiástico, instrumento jurídico por medio del cual los nombramientos
episcopales debían tener aprobación por parte del Congreso Nacional, estas
palabras suyas expresan también el convencimiento constante de la Iglesia en
Venezuela, que era el Papa quien nombraba a los Obispos, ejerciendo su
Autoridad como Sumo Pontífice y Pastor Universal de la Iglesia.
Su sencillez en el trato con los más
poderosos y con la gente común era verdadera. Su vida, gastada en el servicio a
los demás, lo llevó a ser mediador, frente al Presidente de la República, de
personas que estaban encarceladas o exiladas por razones políticas. ¡Cuántas
madres no acudieron a él para pedir su mediación por un hijo! ¡Cuántas esposas
no le expusieron sus dolores por sus maridos! Cuántos se acercaron al Arzobispo
Rincón, porque sabían que iban a ser escuchados y ayudados! Son muchas las familias
agradecidas aún hoy en Caracas por su bondad.
En este Pastor fiel se cumplió la
Palabra que hoy hemos proclamado en el Evangelio. Jamás se le escuchó protesta
por las incomprensiones y nunca dejó de amar a la Iglesia como lo que siempre
fue: su Madre. Supo perdonar y orar. Se
puede perdonar y orar por los que nos calumnian y persiguen sólo cuando el
perdón está acompañado por la fuerza de la gracia sobrenatural, que enciende en
nosotros el deseo hacia la santidad a la cual nos invita el libro del Levítico:
“Sean santos, porque yo, el Señor, soy
santo” y que nos coloca en el corazón aquella tensión hacia la perfección
que es la misma perfección de Dios, según las palabras de Jesús que hemos
escuchado en el Evangelio: “Ustedes sean perfectos, como su Padre
celestial es perfecto”. Estas
expresiones, sean santos, sean perfectos, en el contexto significan claramente:
sean perfectos en la misericordia, sean totalitarios en el perdón, sean héroes
en el amor. He allí donde está la
belleza del perdón, cuando el prójimo, no obstante nos haga sufrir, no deja de
ser un hermano por quien extender nuestras manos en oración delante de Dios.
La experiencia del sufrimiento del
inocente es siempre un misterio, es siempre una prueba y para el sacerdote aún
más, pues debe vivir y testimoniar todo aquello que ha aprendido en su
discipulado, incluso el “...ser obediente
hasta la muerte en cruz...” (Filip. 2,6-11).
La fe nace y se robustece en el
camino de la cruz. Así lo demostró Mons.
Felipe Rincón González, con una actitud de obediencia a la Iglesia y con la
firme convicción que sólo Dios es quien conoce lo más íntimo de la conciencia y
del corazón humano. Él supo transformar
el sufrimiento mediante la fuerza de la esperanza que proviene de la fe (cf. Spe Salvi n. 37): “... la capacidad de aceptar el sufrimiento por
amor del bien, de la verdad y de la justicia – afirma el Papa Benedicto XVI
en su Encíclica Spe Salvi – es constitutiva de la grandeza de la
humanidad, porque en definitiva, cuando mi bienestar, mi incolumidad, es más
importante que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más
fuerte; entonces reinan la violencia y la mentira...” (n. 38). Podríamos decir que este insigne Arzobispo,
en medio de la tempestad, echó el “ancla
hacia el trono de Dios” (cfr. ib.).
Mons. Rincón González amó la verdad y la justicia para que al final
prevaleciera el bien sobre el mal. Sólo así es posible que una persona pueda
decir: “Muero en paz con Dios y con los
hombres”, como lo diría él mismo en su testamento. Dejaba cinco anillos y
una cruz pectoral, que llevó siempre en la peregrinación de su vía crucis. Pastoreó a su amada Iglesia Diocesana hasta
al final y siempre le fue fiel, porque su corazón de Obispo estaba anclado en
Aquél que nunca defrauda.
La dura prueba a la que fue sometido
desde el año 1931 hasta 1939, constituye un periodo aún hoy de difícil
interpretación y que a lo largo de estos años ha dejado su figura en el olvido.
No estamos aquí llamados, obviamente, para formular un juicio al respecto. Ello
requeriría otro lugar, otras competencias y otras profundizaciones y, en fondo,
como solía repetir el Cardenal Quintero: “los
juicios hay que dejárselos a Dios” (p. 8), el cual, afortunadamente, “no nos trata como merecen nuestras culpas,
ni nos paga según nuestros pecados”. (Salmo responsorial), aunque si ello
no quita nada a las responsabilidades individuales. En cualquier caso, la
valoración de esta cuestión, como todas las cuestiones, hermosas o no, que
tienen que ver con la vida de la Iglesia no va hecha exclusivamente con
parámetros humanos sino guiados por la Sabiduría de Dios, aquella de la cual
nos habla la segunda Lectura.
Sin embargo, aún hoy, muchos
sacerdotes que le han sobrevivido, desde su ancianidad, lo recuerdan con un
singular cariño. También nosotros hemos
querido recordarlo y conmemorarlo, en esta ocasión significativa de los 150
años de su nacimiento, movidos por la invitación de la carta a los Hebreos: “Acuérdense de quienes los dirigían, porque
ellos les anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo terminó su vida e
imiten su fe. Jesucristo es el mismo
ayer y hoy, y lo será para siempre” (Heb. 13,7-8). Que de verdad, mientras cumplimos este deber
de agradecimiento, sepamos aprender de este insigne Pastor la fe, la esperanza,
la caridad y el amor a la Iglesia!
Concluyo, en esta idea, citando las
palabras de un Cardenal italiano, que quizá muchos de ustedes no conocen, pero
que fue uno de los grandes protagonistas del Concilio Vaticano II, el
Cardenal Giacomo Lercaro, Arzobispo de
Boloña: “Amen a la Iglesia, como Cristo
la amó y dio por ella su sangre. Amen a la Iglesia cuando va al encuentro de
sus deseos, aspiraciones, cuando sus órdenes y sus disposiciones encuentran el
beneplácito de ustedes, sus pensamientos y su dirección. Pero, ámenla, y ámenla
más, también cuando sus disposiciones, sus actitudes, sus órdenes podrían herir
la sensibilidad de ustedes o parecer incomprensión … Amen a la Iglesia cuando
la vean triunfar, pero ámenla más cuando la vean incomprendida, perseguida,
circundada de desconfianza … ámenla defendiéndola, porque la Iglesia es santa
aunque no somos santos los que la representamos: la Iglesia es santa porque es
santo Cristo que habla en nosotros, que actúa en nosotros, que perdona por
medio de nosotros, que santifica y bendice con nuestras manos y que no cesa
nunca de guiar a su Iglesia”. Amén.
Epílogo
La
valoración de la obra de Monseñor Felipe Rincón González es posible sólo si se reditúa
dentro del contexto eclesiástico en el que se desarrolló, de ahí la importancia
de conocer la situación de la Iglesia en Venezuela bajo el régimen gomecista.
Es importante mencionar la buena
impresión que nos ha causado el trabajo de la Tesis de
Grado que presentó Mariana
Blanco Rincón (sobrina-biznieta de
Monseñor Felipe Rincón) para la obtención de la licenciatura en Historia en La
Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). El
abuelo materno de Mariana y sobrino de Mons. Felipe Rincón, Don Felipe Rincón
Rincón, actuó como secretario personal de Mons. Rincón durante los últimos años
de la vida del prelado y sufrió muy de cerca el injusto proceso que le
siguieron miembros de la iglesia venezolana y de la Nunciatura en Venezuela con
el afán de eliminar vestigios del gomecismo en la iglesia venezolana y
congraciarse con las nuevas autoridades. Don Felipe, que era hombre de campo,
llevado por su sentido de la justicia y con una intuición histórica innata,
tuvo la precaución de "copiar" y guardar todos los documentos que entraban
y/o salían del despacho de Monseñor.
Desde la muerte de Monseñor Rincón,
Don Felipe buscó incansablemente alguna persona que supiera y quisiera
organizar y publicar su archivo. Sin embargo, en un primer momento por la
proximidad de los hechos y lo que de escándalo suponía ventilar una actuación
tan vergonzosa y posteriormente por lo escabroso del tema, muchas personas
capaces eludieron el reto.
Un día de 1973, Don Felipe recibió
en su casa la visita de su Eminencia José Humberto Cardenal Quintero,
que en sus años de adolescente siendo seminarista en su natal Mérida, había
servido de monaguillo al entonces padre Rincón, por quien toda la vida sintió
una gran admiración y cariño, y que conocía muy de cerca lo mucho que había
sufrido en tan injusto proceso. El cardenal Quintero fue el primer cardenal
venezolano, y a él se debe, después de más de 150 años de esfuerzos de la
Iglesia, la eliminación de la ley de Patronato y la firma de un nuevo
"Modus Vivendi" entre la iglesia y el estado venezolano en 1964.
El propósito de
la visita era solicitar a Don Felipe, los documentos que guardaba, "para
ver como historiador que podía hacer con ellos". Pocos días después Don
Felipe envió al Cardenal una fotocopia de todos los documentos en su poder... y
por un tiempo no se supo nada más del tema.
A principios de 1976, el Cardenal
volvió a visitar a Don Felipe, esta vez le entregó el original de un libro que
había escrito sobre el proceso de Mons. Rincón a partir de los documentos de
Don Felipe y de otros a los que tuvo acceso, con el compromiso de no publicarlo
mientras él (el Cardenal) viviera, y cuando lo hiciese siempre con la
autorización del Arzobispo de Caracas en funciones. Don Felipe, emocionado,
guardó el libro.
Mariana terminó su carrera en
Lovaina en 1984. Fue a instancias, entre otros, del sacerdote belga radicado en
Venezuela Jean Cardon de
Lichtbuer conocedor de la historia de
Monseñor Rincón, decidió escribir su tesis de grado sobre el tema, para lo cual
necesitó, solicitó y obtuvo el consentimiento expreso del Cardenal Quintero,
cuando todavía vivía, de utilizar su libro inédito como una de las fuentes de
su trabajo.
La aparición y una cierta divulgación
de la tesis de Mariana precipitó la publicación del libro del Cardenal Quintero
(Ediciones Trípode - Caracas - 1988), Don Felipe había conseguido su tan
preciado propósito, pero su estado de salud no le permitió apreciarlo.
Esperamos a que,
finalmente,
cuando la obra de Felipe Rincón González sea reanalizada, sin las distorsiones
que produce la visión errada de su relación con el dictador Gómez, se terminará
de perfilar por sí solo el retrato del noveno Arzobispo de Caracas, último de
Caracas y Venezuela, único cañadero en llegar al episcopado y, hasta ahora,
único zuliano en acceder a la Mitra de Caracas.
Fuentes:
Archivo Histórico de la
Arquidiócesis de Caracas:
Epistolario de Monseñor Felipe Rincón González, notas personales de
Monseñor Felipe Rincón González, Anales de la Iglesia Venezolana en el Sigo XX,
Documento de nombramiento de Monseñor Felipe como Secretario de Cámara de la
Diócesis de Mérida, Testamento de Monseñor Felipe Rincón González, Diario de
Monseñor Navarro.
Archivo Histórico de la Parroquia
Inmaculada Concepción de la Cañada de
Urdaneta, Estado Zulia.
Blanco Rincón, Mariana. (1984). “Las relaciones entre el estado y la Iglesia
en Venezuela, el arzobispado de Monseñor Felipe Rincón González. Aproximación
histórica a partir de las fuentes consultadas en Venezuela”, Tesis de
Licenciatura, Bélgica: Universidad Católica de Lovaina. http://www.blancorincon.com/MonsRincon/
HEMEROTECA DEL DIARIO PANORAMA
Varios números del Periódico el Fonógrafo del Zulia
HERNANDEZ B., Humberto. “Nuestro Tío José Gregorio” 1ra ed. Tomo Segundo. Editorial Sucesores de
Rivadeneira. Caracas, 1958.
QUINTERO, José Humberto. Cardenal de la Santa Iglesia Católica. “El Arzobispo Felipe Rincón
González”. Ediciones Trípode, Caracas 1988.
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