jueves, 14 de diciembre de 2017

El Obispo Amable

Monseñor Doctor

FELIPE RINCON GONZALEZ, 

20 de Febrero de 1861 - 13 de Mayo de 1946

IX ARZOBISPO DE CARACAS, (ÚLTIMO CON EL TITULO DE ARZOBISPO DE CARACAS Y VENEZUELA). 

Hasta su gobierno pastoral, cuando fue creada la Arquidiócesis de Mérida, Venezuela poseía una sola arquidiócesis, cuyo territorio se correspondía con el del país

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Índice



            Dedicatoria

            Introducción
            Cañadero como el que más
             La ruta vocacional                                                                               
            De su propia mano                                                                             
            Como Timoteo                                                                                    
            Sucesión crítica.                                                                                  
            Liderazgo en la tragedia                                                                      
            Obrar en silencio                                                                                 
            Con temple de maestro                                                                        
            Una relación táctica                                                                           
            La Visita Apostólica                                                                       
            Nunca demasiado tarde.
            A modo de justa reivindicación.                                                               
            Epílogo                                                                                                       
            Fuentes                                                                                              


A la memoria de Monseñor Felipe Rincón González,
IX Arzobispo de Caracas, (último de Caracas y Venezuela)*, único cañadero y primer zuliano en llegar al episcopado y único, hasta hoy, en vestir la mitra de Caracas, quien con su vida austera, sencilla, humilde, santa es una inspiración para cuántos quieran ser santos.
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Introducción
            En ocasión del 150mo. Aniversario del Natalicio de Monseñor Felipe Rincón González, cuyas festividades religiosas y civiles fueron presididas por el Excelentísimo Nuncio Apostólico en Venezuela Monseñor Pietro Parolin, hoy Secretario de Estado del Vaticano, y que tuve el honor de organizar en mi querido municipio La Cañada de Urdaneta del estado Zulia, fui designado por la Cámara Municipal para dirigir el discurso de orden en la sesión solemne que por tan digna efemérides se celebró. Así se me presentó la oportunidad de hacer públicas las notas que sobre la vida y obra de Monseñor Felipe Rincón González ya desde los años 90s venía compilando y que son el producto de varios años de esfuerzo e investigación, pero también de una muy personal admiración y cariño hacia el prelado cañadero que con toda propiedad puede ser llamado El Obispo Amable.
            Este trabajo intenta, sobre todo y especialmente, hacer accesible a los habitantes del municipio La Cañada de Urdaneta del Estado Zulia la memoria viva y cercana de una figura tan entrañable como la de Monseñor Rincón, uno de los más insignes cañaderos de todos los tiempos, quien fue pastor humilde y prudente en medio de circunstancias especialmente difíciles.
            Fuente primordial para estas líneas es el Archivo Arquidiocesano de Caracas y una investigación de campo efectuada en el Municipio La Cañada de Urdaneta.
            La fuente primigenia de información sobre su vida y obra es el epistolario del Arzobispo que se encuentra en el Archivo Histórico Arquidiocesano de Caracas, al cual hemos accedido desde el año 2005. Los principales documentos consultados son las libretas de notas personales del Arzobispo, su epistolario pastoral y personal y algunos registros de diarios personales de sacerdotes contemporáneos suyos. Sin embargo, es importante señalar que muchas de sus cartas fueron destruidas inmediatamente después de la muerte del General Juan Vicente Gómez por temor a que la relación del Arzobispo con el dictador pudiera ser utiizada en contra de él o de la Iglesia.
            Una de las más importantes fuentes es el Libro “El Arzobispo Felipe Rincón González”, obra póstuma del Eminentísimo José Humberto Cardenal Quintero+, quien con verdadera sed de justicia procuró traer luz sobre la persona de Monseñor Felipe y que nos ha sido de incalculable valor como guía en la elaboración de este trabajo, aunque es importante señalar que la mencionada obra no pretende ser una biografía ya que, aunque salpicado de gran cantidad de datos referentes al Arzobispo, el libro centra su atención en la Visita Apostólica de la que fue objeto la Arquidiócesis de Caracas durante su gobierno pastoral.
            Así, es importante acotar que hemos prescindido de la reiteración de citas a pie de página, ya que a excepción de que se indique expresamente lo contrario, las referencias textuales han sido tomadas de diversas fuentes del Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Caracas, la mayor parte de los retratos e imágenes publicados en estas páginas se han obtenido de la Enciclopedia de Historia de Venezuela publicada por la Fundación Polar (FP), otras son del archivo iconográfico personal de Mariana Blanco Rincón, el resto han sido obtenidas de la Web y son de libre uso público; advirtiendo asimismo que aún queda en el tintero mucha tinta para continuar este trabajo.
            Varios datos importantes siguen bajo investigación, por lo que es necesario continuar este esfuerzo por honrar al Arzobispo con una obra más amplia, misma que nunca estará completa sin acceder a los Archivos Vaticanos y conocer el pronunciamiento final de la Santa Sede sobre la Visita Apostólica de que fuera objeto su administración.
Felipe Rincón González es el segundo nativo de La Cañada de Urdaneta en ser ordenado sacerdote católico, el primero fue el también ilustre y famoso presbítero Jesús María Zuleta, nacido en La Ensenada, y que fuera General del Ejército Venezolano.
 Conserva también Felipe Rincón González hasta hoy el honor de ser el único cañadero en acceder al episcopado y, el primer zuliano en ser ordenado obispo y  el único en vestir la mitra de Caracas, siendo su gobierno pastoral el más largo de la historia de la Arquidiócesis capitalina.
El día 30 de junio de 1919, Felipe presidiría las exequias del Venerable Doctor José Gregorio Hernández, a las 4 de la tarde, en la Santa Iglesia Catedral de Caracas. Ya a las 7 de la mañana del mismo día había celebrado misa de cuerpo presente en casa de José Benigno Hernández, marcada con el número 57, entre Tienda Honda y Puente de La Trinidad, en la capital de Venezuela. Lugar donde se velaban los restos mortales del Venerable. También fue él quien confirmaría, el 17 de enero de 1927, el permiso diocesano de funcionamiento a la congregación religiosa fundada por la Beata María de San José, pero en esta ocasión les dio el nombre de Hermanas Agustinas del Corazón Eucarístico de Jesús, las que luego llegarían definitivamente a llamarse Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús. Como puede verse, Felipe se movía entre santos.
 El 13 de mayo de 1946, Felipe partió al encuentro del Padre con su alforja llena de buenas obras, entre ellas haber logrado la entrada de la Compañía de Jesús a Venezuela y la construcción del Seminario Santa Rosa de Lima en Caracas. 

            A los nueve días de haber sido sepultado se procedió a la lectura de su breve testamento ante el Juzgado Primero de Primera Instancia en lo Civil de Caracas:

                            En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Yo, Felipe Rincón González, Arzobispo de Caracas, encontrándome enfermo, pero en pleno uso de mis facultades, en paz con Dios y con los hombres, otorgo este testamento: Toda mi vida sacerdotal la he dedicado a laborar por Dios y por las almas; al frente de la Arquidiócesis de Caracas no he tenido otra preocupación que el bien de la Iglesia de Venezuela. Es para mí motivo de honda satisfacción poder afirmar que he sido en todo momento hijo obediente de la Santa Sede Apostólica. Excepción hecha de mis ropas y muebles de uso personal, no poseo otros bienes que una cruz pectoral y cinco anillos y mi biblioteca, parte de la cual se encuentra en el Palacio Arzobispal de Caracas y parte, en el ilustre Seminario Interdiocesano. Instituyo mi herencia universal a la Santa Iglesia Metropolitana de la ciudad de Caracas, porque es mi voluntad que a ella pasen la cruz pectoral y los anillos mencionados. Lego al Seminario Interdiocesano mi biblioteca arriba expresada. Así lo otorgo de mi puño y letra y firmo en Caracas a los siete días del mes de febrero de mil novecientos cuarenta y cuatro




Cañadero como el que más.

            “Me salí de Maracaibo, porque el calor no me iba. Como Obispo del Zulia, no pasaría de ser, simplemente, FelipeCon esta expresión rechazaba Felipe Rincón González, el Obispado del Zulia que le era ofrecido por la Santa Sede en el año de 1910. Sin embargo, cuando, en 1916, presionado por su clarísima conciencia sacerdotal, debió aceptar ser nombrado Arzobispo de Caracas y Venezuela, gustó siempre de ser llamado sólo por su nombre de pila, y así firmaba su correspondencia.  Hecho que si bien era costumbre eclesiástica, tampoco es una aislada circunstancia en su vida, durante la que revela, por una parte su humildad característica y, por otra, permite suponer que al rechazar el Obispado del Zulia, sólo recurrió al argumento del calor para expresar el deseo de su corazón de permanecer alejado de las glorias y las cruces del episcopado.  Convicción que se refuerza al constatar su rechazo al Vicariato General y Provisorato de la Diócesis de Mérida en 1913, siendo esta una ciudad con un clima templado.
Nacido y criado en una familia humilde, así vivió y partió al cielo, dando testimonio de la más absoluta sencillez y pureza de corazón, que fueron sin duda ninguna hartamente probadas con ocasión de la visita apostólica a que fue sometido su gobierno pastoral y que coronó con un martirio incruento el atardecer de sus días.
            Fruto del matrimonio entre Ceferino Rincón y doña Lucía González, Felipe Rincón González nació en San José de Potreritos, el 20 de febrero de 1861, en el Hato San Francisco, hato al que él se refería como “San Francisco de La Cañada”, en Jurisdicción de lo que hoy es la Parroquia San José de Potreritos del Municipio La Cañada de Urdaneta en el Estado Zulia y Parroquia Eclesiástica Nuestra Señora del Carmen de la Arquidiócesis de Maracaibo, pero que para la fecha de su nacimiento era territorio integrado a la Parroquia Inmaculada Concepción, sufragánea de la Diócesis de Mérida de Maracaibo, ya que la Diócesis del Zulia sería erigida en 1898.
            En esa misma casa, unas seis décadas más tarde, el 18 de febrero de 1924, también vería la luz por primera vez el famoso científico Humberto Fernández Morán, otro hombre de bien, de ciencia y de fama mundial que llena de gloria el gentilicio cañadero.
Con respecto al hato San Francisco del Estero es interesante indicar que el mismo fue producto de la división de tierras que, en 1834, hicieron los comuneros, procedente de una porción mayor de tierras que se llamó “El Melonal”. Hoy San Francisco del Estero ha sido dividido en dos fincas, de las cuales una mantiene el histórico nombre y la otra ha sido llamada “Finca Don Lino”.
Hemos de lamentar que la antigua casona donde vino al mundo el arzobispo fuera destruida por los actuales dueños del hato, precisamente porque según ellos “tenían el temor de que esta investigación e interés en la vida de Felipe Rincón González pudiera llevar a la expropiación de sus tierras por razones de utilidad pública, cultural e histórica”. Es lamentable que bajo ese temor infundado se produjera la destrucción de un bien patrimonial incuestionable.
Desconocemos hasta que edad vivió Felipe en los predios de San José de Potreritos y no tenemos hasta hoy datos suficientes sobre su infancia, sin embargo sabemos que durante su juventud trabajó como dependiente en tiendas comerciales de Maracaibo, especialmente en la Casa Christern como vendedor de sombreros y tenedor de libros; según él mismo lo refiere en sus notas personales:
El primero de abril de l886 me embarqué en Maracaibo para Puerto Cabello para establecer allá una sucursal de la sombrerería Christern & Cia.  Estando en Puerto Cabello recibí, el 9 de septiembre del mismo 86, la noticia de haber muerto en los Haticos de Maracaibo mi hermano Alcibíades el 22 de agosto, de anemia causada por calenturas de la Costa: murió a las diez de la mañana.  



La ruta vocacional

El profundo dolor causado por la muerte de su querido hermano y los buenos consejos de un amigo suyo le hicieron despertar a la posibilidad de hacerse sacerdote:

Con motivo de la muerte de este hermano, hice el propósito de seguir la carrera eclesiástica, idea ésta que fue despertada en mi espíritu por el íntimo amigo Miguel Ángel Villalobos G., quien a la sazón se hallaba conmigo, y quien junto conmigo hizo el mismo propósito.  Este buen amigo regresó a Maracaibo en noviembre, quedando yo en Puerto Cabello agenciando mi negocio y deseando ver lo más pronto posible realizada la feliz idea que me había hecho concebir el amigo.
 No obstante, no sería sino hasta los veinticinco años de edad cuando manifestó su deseo de ser sacerdote y comenzó por cuenta propia la preparación académica necesaria. Con esa finalidad renunció a su trabajo a los 29 años.
El 1 de septiembre de 1892 graduó de Bachiller en la Universidad del Zulia y allí mismo, aún de seglar, empezó el curso de Ciencias Eclesiásticas. En 1893 continuó sus estudios en la Escuela Episcopal de Caracas vistiendo ya la sotana y allí permaneció hasta 1895 cuando marchó a Mérida en compañía de Monseñor Antonio Ramón Silva, obispo de aquella diócesis, de la cual dependía el Zulia.
En Mérida continuó el curso de Teología en la Universidad de Los Andes, donde obtuvo el doctorado el 15 de agosto de 1897. Aunque su formación comenzó a edad tardía, de ningún modo puede pensarse que fuera deficiente.
Felipe Rincón González recibió la ordenación sacerdotal en la Catedral de Mérida, de manos del Obispo Antonio Ramón Silva, el 19 de septiembre de 1896. Después de servir el cargo de Vicario Cooperador de la Parroquia El Llano, en la misma ciudad de Mérida, y de Párroco del Sagrario y de Secretario de Cámara de la Curia Episcopal, fue nombrado en los primeros días de 1899 Cura y Vicario de San Cristóbal, que para entonces era uno de los cargos de mayor importancia y distinción en la Diócesis de Mérida. En ese cargo se destacó por su celo pastoral, rectitud, prudencia y caridad que le captaron el afecto, veneración y respeto de sus feligreses, lo mismo que del clero de San Cristóbal.
El 28 de octubre de 1916 recibió Felipe Rincón González la consagración episcopal de manos de Monseñor Antonio Ramón Silva, Obispo de Mérida. Había sido elegido como candidato para el Arzobispado de Caracas por el Congreso de Venezuela, de acuerdo a la Ley de Patronato Eclesiástico, el 22 de mayo de ese año y preconizado el 10 de agosto siguiente por Su Santidad Benedicto XV.

De su propia mano:
           
            Dejemos a continuación que sea el propio Monseñor Felipe Rincón González, de su puño y letra, quien nos haga una breve relación de su vida:

  “A principios de l887 regresé a Maracaibo, continué en la casa mercantil de Von Pein & Cia. como dependiente y al mismo tiempo iba haciendo mis estudios de Castellano y Latín con el Dr. Antonio Acosta Medina, quien gustosamente y sin interés monetario me enseñaba estas asignaturas.  Cuando hube aprendido dichas materias, me presenté a exámenes públicos en el Colegio Bolívar junto con los niños de aquel instituto; haciendo en esto un esfuerzo grande, pues me era bastante penoso.  Luego obtuve las matrículas de Castellano y Latín, me matriculé en la clase de Griego, regentada por el Br. Orángel Rodríguez a quien debí especiales consideraciones.  Quedándome poco tiempo para asistir a clase por la atención de mi dependencia supliqué al Sr. José Antonio Infante, Director del Colegio Bolívar, que me aceptara un examen particular participado, y así conseguí la matrícula de griego. - El 9 de agosto de l888 murió mi hermano Julio en los Haticos-Después de terminado el Griego, y aún siendo dependiente, principié el curso de Filosofía; pero como el estudio de 2º año era difícil, resolví separarme de la colocación que tenía, el año de l890, para no exponerme a quedar mal en mis clases…

.. Terminé el curso y me gradué de Bachiller en la Universidad del Zulia el lº de septiembre de l892.  En este mismo año principié el curso de Ciencias Eclesiásticas- el 23 de abril de l893 murió mi mamá en la Plaza de la Capilla, como a las l0 de la noche.  A principios de agosto de este mismo año, después de haber presentado examen de las materias de primer año de Ciencias Eclesiásticas, me embarqué para Caracas con mi hermana Natividad, dispuesto a continuar mis estudios en el Seminario Tridentino del Arzobispado…

…El l2 de agosto, a bordo del vapor, antes de llegar a La Guaira, me puse la sotana; habiéndome afeitado convenientemente en Curazao.  Estuve en el Seminario de Caracas hasta principio del 95 que vine para Mérida con Monseñor Silva.  En Mérida seguí mis estudios en la Universidad, al mismo tiempo que le serví de Familiar al Ilmo. Señor obispo.  Recibí la Prima Tonsura el 23 de marzo del 95, en el Oratorio del Señor Obispo, en Mérida; las Cuatro Ordenes Menores las recibí el 25 de abril, en el mismo Oratorio; el Subdiaconado lo recibí en Tabay el 4 de agosto, y el Diaconado lo recibí en la Matriz de Maracaibo el 21 de diciembre, también del 95.  El Sacerdocio lo recibí en la Catedral de Mérida el l9 de setiembre del 96, y canté mi primera misa el 24 del mismo mes, en la Capilla del Carmen,  en Mérida.  Me gradué de Doctor en Ciencias Eclesiásticas el l5 de agosto del 97 en la Universidad de Mérida.  Recién ordenado me mandó Monseñor Silva de Teniente- Cura del Pbro. Juan Ma. Flores a la parroquia del Llano en Mérida; después habiendo tenido que separarse de la Secretaría de Cámara el Pbro. Alfredo Clarac, fui nombrado en su reemplazo, Cura del Sagrario y Secretario de Cámara, el 20 y 23 de marzo de l897…

…Serví en estos puestos hasta el 5 de enero de l899 en que me nombraron Cura Vicario de San Cristóbal: salí de Mérida el 8 de enero del mismo año y llegué a San Cristóbal el día l3 del mismo. En mayo de l9l0 fui llamado a Caracas, por Monseñor José Aversa,  Delegado Apostólico para hacerme Obispo del Zulia pero no acepté; negativa que me costó muchísimas mortificaciones pues tanto Monseñor Aversa como Monseñor Castro y Monseñor Silva se empeñaron fuertemente de que aceptara.  (...)En octubre de l9l3 fui llamado a Caracas por el Señor Delegado Apostólico, Monseñor Carlos Pietropaoli; y el Gral. Juan Vicente Gómez me consultó si quería ir a Ciudad Bolívar como Obispo Coadjutor de Monseñor Durán, y yo le dije que no.  (El Gral. Gómez me dijo que era urgido por el Delegado para que yo fuera a Ciudad Bolívar). El 23 de mayo de l9l6 me nombró el Congreso Nacional, Arzobispo de Caracas, y acepté dicho cargo, porque me creí obligado a ello como asunto de conciencia, no porque me guiara ningún interés particular, ni porque sintiera gusto, pues en San Cristóbal estaba muy contento y era muy querido…

…Salí de San Cristóbal para Caracas, llamado por el Delegado Apostólico, Monseñor Carlos Pietropaoli el día 2 de julio, en medio de la mayor aflicción de aquel pueblo, que mucho me había amado, y llegué a Caracas el día 7 del mismo julio. (...)Fui consagrado de Arzobispo el 28 de octub. del año l9l6, e inmediatamente me encargué del Arzobispado.  Fue mi consagrante, Monseñor Antonio Ramón Silva, Obispo de Mérida. (...)"


Como Timoteo
           
            Aquellos consejos en los que San Pablo le insiste a Timoteo, Obispo, en la primera carta que le dirige, parecieran haber encontrado perfecta cuna en el corazón de un hombre sencillo, quien llegado al episcopado con 55 años de edad, fue capaz de hacer amoroso eco de las palabras del Apóstol, en cada una de las gestiones de su ministerio al frente de la Arquidiócesis de Caracas, a la que llegaba precedido por la buena fama de que le había adornado su intachable entrega al servicio del Evangelio por las virtudes de la bondad, la prudencia y la amabilidad con su carácter tranquilo y sosegado.
            Su amor a la Iglesia manifestado de forma contundente por el sometimiento inequívoco a la autoridad del Romano Pontífice, especialmente durante los amargos años de la Visita Apostólica, fue señal inequívoca de su buen ánimo y disposición a cargar con la cruz en el seguimiento del Señor. Entereza de ánimo que le llevó a enfrentar cualquier obstáculo una vez que se proponía algún proyecto, como quedó demostrado especialmente por su empeño en la construcción del seminario.
            La formación intelectual de Monseñor Rincón si no fue basta y erudita, tampoco fue insuficiente, como si lo fue la formación académica de la mayoría de los eclesiásticos de su época.
            Cualquier posible carencia en su formación académica fue siempre compensada con creces por su infatigable espíritu conciliador y su amabilidad superlativa.
            Los posibles déficits que se atribuyen en su formación intelectual provienen de un injusto ejercicio de comparación con la lumbrera que para la época había significado su inmediato antecesor Monseñor Juan Bautista Castro, cuya formación era ciertamente destacada frente al común de los clérigos de su época.
            Por otra parte; y, en segundo término, habiendo estado dedicado a labores comerciales hizo que su educación estuviera basada en aspectos contables y administrativos, lo cual sin duda alguna sería una gran herramienta a la hora de su detallada entrega de cuentas durante la Visita Apostólica de que fuera objeto su administración al frente de la Arquidiócesis.
            Otra razón es que, siendo honestos, la formación del clero venezolano para la época era ciertamente deficiente, debido fundamentalmente a la situación de postración general en que se hallaba no sólo la Iglesia sino toda la sociedad y cultura venezolana de la post guerra de federación y los azotes del caudillismo militarista.
            De tal modo que lo justo sería decir que, lejos de ser deficiente, la formación de Monseñor Felipe Rincón le llevó a desempeñar puestos de interés y de importante responsabilidad en la diócesis Emeritense llamado por Monseñor Silva.  Uno de los cargos que ocupó fue el de secretario de Cámara del obispo, nombramiento en el cual el obispo Silva se expresa del siguiente modo:

Satisfechos de la instrucción, fidelidad y prudencia de vos Pbro. Felipe Rincón González y atendiendo a los buenos servicios que de vos hemos recibido, os nombramos nuestro Secretario de Cámara, para que, por el tiempo que fuera nuestra voluntad, pasen ante vos las órdenes y demás actos tocantes a nuestra dignidad episcopal

            Es de hacer notar la mención que el texto anterior hace de la fidelidad y prudencia de Monseñor Felipe, los cuales fueron rasgos que le distinguieron durante toda su vida.
            Monseñor Felipe contaba con un gran sentido práctico y los múltiples testimonios legados a nosotros por aquellos que le conocieron son unánimes al señalar su gran bondad y serenidad ante cualquier circunstancia. 
            Ciertamente, al modo de los consejos que San Pablo daba a Timoteo, Felipe supo ser un pastor completo, movido por el corazón, al estilo de Jesucristo, un pastor “con olor a Oveja”, como diría hoy el Papa Francisco.
            Fue precisamente la personalidad afable, cordial, prudente y amorosa del arzobispo lo que hizo posible que en una época de grandes enfrentamientos y consternación reinara un clima general de reconciliación y de armonía que paulatinamente restauraría la paz en la Iglesia de Caracas y Venezuela, azotada por enfrentamientos, dolorosamente mezquinos que finalmente llevaron al martirio incruento de Monseñor Felipe Rincón.

Sucesión crítica.

            La extremadamente difícil situación que cursaba en el clero capitalino, que llevó incluso a la intentona de envenenar al Arzobispo Castro con el vino de consagrar, provocó que para sucederle no se escogiera a ninguno de los sacerdotes de la Arquidiócesis, sino que se designó a uno de la Diócesis de Mérida, el cual desempeñaba la vicaría foránea de San Cristóbal. Era uno que si bien no deslumbraba por sus letras como su antecesor si impresionaba a todos por su virtud, prudencia y bondad.
            Esas características convirtieron a Rincón González en la figura clave para las difíciles relaciones entre la Iglesia y el dictador Juan Vicente Gómez, ya que este sentía un profundo respeto por el arzobispo, a quien conocía desde su estancia en San Cristóbal. De ello se valió el arzobispo para conseguir no pocos beneficios para la Iglesia y la sociedad venezolana, tales como la entrada de congregaciones religiosas al país, entre ellas la Compañía de Jesús que había sido expulsada, también la llegada de clero extranjero, la fundación de colegios, instituciones benéficas, entre otros beneficios institucionales, así como la invaluable intercesión y ayuda a personas y familias enteras que eran víctimas de la dictadura y a quienes el arzobispo, por su intercesión ante Gómez, libró de los rigores de la cruel represión.
            En medio de tanta agitación política, sin embargo, el proceso de renovación de la Iglesia en Venezuela encuentra en Monseñor Rincón a uno de sus más claros exponentes, ya que gracias a su vida austera y religiosa se sembraron las bases para una verdadera restauración eclesiástica en el país. Su aporte al crecimiento de la Iglesia en las primeras décadas del siglo XX es innegable.
            Las guerras de independencia y federación, el férreo ataque del guzmancismo, la ilustración y el militarismo caudillista en el país, habían arrinconado a la Iglesia hasta hacerla aparecer como una institución gris y opacada. Frente a tales realidades, el gobierno prudente, seguro y austero de Monseñor Felipe Rincón González trajo sobre la Iglesia venezolana un clima de crecimiento, conciliación y reconocimiento del que no gozaba desde tiempos coloniales, como lo señala su propia sobrina-biznieta Mariana Blanco Rincón en su Tesis de Grado para optar a la Licenciatura en Historia en la Universidad de Lovaina, Bélgica : “De una situación eclesial de postración, marginación y poca influencia en la sociedad, Felipe Rincón González la hizo pasar en unas décadas a una época con unas perspectivas halagadoras”.
            Con Monseñor Felipe Rincón González puede afirmarse, sin lugar a dudas, que la Iglesia en Venezuela logró reimplantarse, recuperando prestigio e influencia y por tanto autonomía para cumplir sus funciones. Todo fundamentalmente debido a la característica más notable de su personalidad, ser amable, prudente y cordial más allá de la virtud simplemente humana.

Liderazgo en la tragedia

Durante sus primeros años al frente de la Arquidiócesis de Caracas la actuación de Monseñor Rincón fue discreta, pero inflamado de caridad pastoral se daría a conocer profusamente a partir de 1.918 a causa de la epidemia de gripe llamada “la española”, que como al resto del mundo, también azotó a Venezuela. El arzobispo estuvo a cargo de dirigir la Junta de Socorro que ayudó a controlar la enfermedad en Caracas. Gran parte de la población venezolana fue atacada por esta gripe que produjo millones de muertos, especialmente en Europa. En Caracas, bajo la dirección de Felipe Rincón González se fundaron hospitales de emergencia y se atendió en los barrios la gran cantidad de enfermos. De igual forma,cuando la epidemia se extendió al interior del país, el Arzobispo fue de los primeros en  socorrer a las víctimas de todo el país..
Su obra se caracterizaría por la edificación silenciosa y sólida de una Iglesia que había ganado algunos privilegios perdidos. Desde un principio su actividad se centró especialmente en la construcción del seminario Santa Rosa de Lima de Caracas, que fue inaugurado en l921.  Por otra parte, gracias a sus gestiones y a sus relaciones cordiales con el Gral. Gómez, logró que llegaran al país gran número de congregaciones religiosas, entre ellas los Jesuitas, a quienes encomendó la dirección del seminario y la formación de los seminaristas.   Así lo ha mencionado el Cardenal Jorge Urosa Sabino en la homilía de la celebración de los 100 años del retorno de la Compañía de Jesús a Venezuela, UCAB, 11 de julio de 2016: “En 1916, dos jesuitas, enviados por la Provincia de Castilla, vinieron en respuesta a la invitación del Arzobispo de Caracas, Mons. Felipe Rincón González, para que asumieran la dirección del Seminario Metropolitano de Caracas”


Obrar en el silencio.

Estas gestiones demuestran claramente la preocupación de Monseñor Felipe Rincón González como Primado de Venezuela y la del resto de los obispos por la sólida y adecuada formación del clero así como el fomento de las vocaciones sacerdotales; y que encontraría un importante apoyo en toda la iglesia en Venezuela, fundándose no solo el Seminario de Caracas sino simultáneamente varios seminarios menores en diferentes ciudades del país, así como centros de formación propios de diferentes congregaciones religiosas e institutos de vida contemplativa
            El interés y el trabajo decidido de Monseñor Felipe Rincón contribuyeron a paliar de forma significativa la importante escasez de clero que sufría Venezuela, lo cual vino a redundar en beneficios directos a toda la sociedad venezolana, ya que la mayoría de los sacerdotes de la época eran también educadores.

            Así también se preocupó por la restauración de la catedral de Caracas, cuyo estado era no sólo vergonzoso sino incluso peligroso para los fieles. Así en el Año Santo de la Redención, 1.933, dio inicio a los trabajos de reacondicionamiento, incluida la sustitución de los pisos de mármol, se cambió el tejado y se redujo el grosor de las columnas, bajo la dirección técnica del Arquitecto Doctor Gustavo Wallis.

Además, Su estrecha colaboración con los representantes del Papa dio fructíferos resultados entre los que sobresalió la erección de cuatro nuevas diócesis en Venezuela en 1922.

Con temple de Maestro
           
            Con respecto a la educación pública, y a raíz de la nueva Ley de Educación de 1924, el Nuncio y el arzobispo de Caracas, Monseñor Rincón, se dirigieron al Presidente Gómez, pidiendo que en las escuelas públicas se autorizasen las clases de religión. Aprobada la Ley, el Arzobispo demanda ante la Corte Suprema de Justicia, para que se declaren nulas las trabas introducidas para la ley de educación religiosa.
            Era desafiante para el Ministro de Educación Rubén González, un pronunciamiento de la Corte así que acudió a Gómez con el dilema de que si permitía que la Corte fallase declarando constitucional la enseñanza de la religión él renunciaba, pero que esto sería grave ya que sería el triunfo de la educación clerical. La solución de Gómez fue otra vez ambigua sobre su mentalidad para  con la Iglesia: que se hable con Monseñor Rincón para que desista de su demanda. El arzobispo así lo hizo y se estableció una Junta Conciliadora que terminó el incidente, logrando por la vía de la conciliación lo que se proponía el Arzobispo mediante la demanda judicial. Pero nos quedamos sin saber lo que sobre la Iglesia pensaba en su interior Gómez.

Una relación táctica

Las relaciones del Arzobispo Rincón con el General Juan Vicente Gómez fueron casi siempre cordiales.  Sus años de vida en la región andina le permitieron tener cierta comprensión de la idiosincrasia y cultura que le facilitaría abordar exitosamente el carácter enérgico y atenuar el temperamento del dictador, al punto de que llegó a gozar de cierto grado de influencia sobre Gómez, la cual supo utilizar prudentemente en beneficio de la iglesia y el bien social. De ese modo fue posible el reingreso al país de los jesuitas, que habían sido expulsados de Venezuela.  Sin embargo el Arzobispo conocía bien sus límites y prefería no abusar de la confianza de Gómez. Reflejo de ello es la carta que en 1922 envió al entonces secretario de Gómez, doctor Enrique Urdaneta Maya:
Por el pliego que le adjunto verá Ud. que hemos sido nombrados miembros de una delegación que la "Corporación Zuliana para la Coronación de N.S. de Chiquinquirá" ha formado con el fin de exigir al Gral. Gómez, una ayuda monetaria para el embellecimiento y ampliación del templo de la Chiquinquirá. Atendiendo a que el Gral. Gómez me ha ayudado siempre en mis empresas de la Arquidiócesis y me tiene ofrecida su valiosa cooperación para la conclusión de la obra del Seminario, he procurado eximirme de ir a Maracay en la Delegación; pero de ningún modo he podido hacer valer mis excusas presentadas, y tiene resuelto ir, probablemente en la segunda semana de marzo. Tenga la bondad de hacerle saber al Gral. Gómez, que he hecho esfuerzos para no ir a Maracay en esta delegación, pero que han sido inútiles estos esfuerzos, pues Don Juan París y el Dr. Ochoa me han compelido a ir.

            El respeto que el dictador le profesaba no impidió al arzobispo pedir la libertad de los presos políticos y muchos de ellos, así como numerosos asilados volvieron al país gracias a sus gestiones. Incluso en momentos de gran agitación como los famosos disturbios estudiantiles del año 1928, cuando, junto al Nuncio Apostólico y los otros obispos, al dirigirse al dictador para felicitarle la Navidad, al mismo tiempo se le pidió la amnistía de los presos políticos:
Y al propio tiempo, deseosos de que todos los hogares cristianos participen de los regocijos de esta festividad, que es la de la paz traída por el Hijo de Dios a la tierra y ofrecida a los hombres por los mensajeros del cielo, el Representante del Padre Común de la Cristiandad y los Pastores de la Grey venezolana nos permitimos rogar respetuosamente al Benemérito Jefe del País que, usando de la magnanimidad de su corazón, se digne hacer un acto de clemencia respecto de los actuales retenidos políticos. Al dar este paso, los firmantes creemos responder a un impulso de nuestros sentimientos paternales, así como a la más sincera aspiración de que se consolide más y más en la República el amor a la paz, fundamento insustituible del bienestar de la Naciones.

            Así también supo el arzobispo Rincón González allanar las dificultades que corrientemente surgían entre los representantes pontificios y el dictador y, gracias a su prudencia y tacto, fue posible la realización de importantes proyectos para el crecimiento de la Iglesia Venezolana, entre ellos la creación de nuevas diócesis. El arzobispo era consciente de esta relación y en los duros días que marcarían el final de su administración, haciendo un balance de la misma, escribiría a este respecto:
 La grande estimación que me profesaba el Señor Gral. J.V. Gómez, Presidente de la República, atrajo sobre mí bastante animosidad; pero al mismo tiempo ella sirvió para permitir que, por mi intervención se alcanzaran beneficios que de otro modo quizás habría sido imposible conseguir.  La entrada, por ejemplo, de la Compañía de Jesús en Venezuela, para encargarse del Seminario, fundar colegios y prestar otros grandes servicios en el sagrado ministerio; el ingreso aquí de otros Institutos Religiosos; el establecimiento de las Misiones del Caroní y del Alto Orinoco, es probable que no serían hoy una hermosa realidad, si las gestiones de la Nunciatura Apostólica al respecto, no hubiesen contado con mi cooperación en aquella forma.

Tras la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935 comienza para el Obispo Amable una etapa sumamente dolorosa, que vino a constituir el corolario de su vida en el Evangelio y una forma de martirio incruento que le lleno de profunda tristeza por sufrir tales persecuciones, pero que a la vez le concedió las alegrías de los justos.
 Acusado de la malversación de los bienes de la Arquidiócesis, la Santa Sede decretó el 26 de abril de l937 una Visita Apostólica que no lograría establecer claramente las acusaciones y que a pesar de ello, duraría dos años.  La Nunciatura Apostólica deseaba su renuncia para crear así nuevas condiciones que fueran favorables a un Concordato entre la Santa Sede y el gobierno venezolano.  Pero ello no fue posible.  Monseñor Rincón se defendió de los ataques dando razón de cada una de sus actividades administrativas.  El nombramiento hecho por la Santa Sede en 1938 de Monseñor Mejía como su obispo auxiliar con facultades de obispo residencial, creó un nuevo conflicto pues tal acto correspondía al gobierno venezolano por ley. 
Para evitar una ruptura entre ambos poderes, se abrieron negociaciones oficiosas para la elección de un obispo coadjutor que coincidiera con las exigencias de Roma y de Venezuela.  Después de largas conversaciones el nombramiento recayó en Monseñor Lucas Guillermo Castillo.  Al mismo tiempo se decretaba la clausura de la Visita Apostólica.  Desde entonces Monseñor Rincón vivió retirado de cualquier actividad de la arquidiócesis en la espera de la sentencia definitiva de Roma que nunca llegó.  Moriría seis años más tarde, el 13 de mayo de 1946. 

La Visita Apostólica
         En cuanto al episodio de la visita apostólica a que fue sometida la administración de la Arquidiócesis durante los años postreros del episcopado de Monseñor Felipe Rincón González, no vamos aquí a redundar en datos, análisis o defensas del arzobispo, lo cual ha sido suficientemente ventilado en el texto póstumo del Eminentísimo Cardenal Quintero. En su lugar, leamos lo que al respecto ha dicho su Eminencia el Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano:

La dura prueba a la que fue sometido desde el año 1931 hasta 1939, constituye un periodo aún hoy de difícil interpretación y que a lo largo de estos años ha dejado su figura en el olvido. No estamos aquí llamados, obviamente, para formular un juicio al respecto. Ello requeriría otro lugar, otras competencias y otras profundizaciones y, en fondo, como solía repetir el Cardenal Quintero: “los juicios hay que dejárselos a Dios” (p. 8), el cual, afortunadamente, “no nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados”. (Salmo responsorial), aunque si ello no quita nada a las responsabilidades individuales. En cualquier caso, la valoración de esta cuestión, como todas las cuestiones, hermosas o no, que tienen que ver con la vida de la Iglesia no va hecha exclusivamente con parámetros humanos sino guiados por la Sabiduría de Dios, aquella de la cual nos habla la segunda Lectura.
Sin embargo, aún hoy, muchos sacerdotes que le han sobrevivido, desde su ancianidad, lo recuerdan con un singular cariño.  También nosotros hemos querido recordarlo y conmemorarlo, en esta ocasión significativa de los 150 años de su nacimiento, movidos por la invitación de la carta a los Hebreos: “Acuérdense de quienes los dirigían, porque ellos les anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo terminó su vida e imiten su fe.  Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre” (Heb. 13,7-8).  Que de verdad, mientras cumplimos este deber de agradecimiento, sepamos aprender de este insigne Pastor la fe, la esperanza, la caridad y el amor a la Iglesia!

Nunca demasiado tarde. A modo de justa reivindicación.

            El 21 de febrero de 2011, el excelentísimo Nuncio Apostólico en Venezuela, Monseñor Pietro Parolin, presidió la Misa conmemorativa del Sesquicentenario del natalicio de Monseñor Felipe Rincón González, en el templo parroquial de la Inmaculada Concepción en la Cañada de Urdaneta del Estado Zulia. Allí, a casa llena, el hoy Secretario de Estado del Vaticano pronunció grandes y tales palabras de elogio a la persona y obra del Arzobispo Amable que las mismas merecen ser transcritas en su totalidad para que, viniendo de la boca de quien precisamente vienen y con lo que ello significa, sirvan como bálsamo de restauración a la memoria de Monseñor Felipe Rincón González y como desagravio a su noble memoria:
Queridos hermanos y hermanas: “Que doblen las campanas jubilosas, y proclamen el triunfo del amor, y llenen nuestras almas de aleluyas, de gozo y esperanza en el Señor” (Oficio de lectura del domingo II del tiempo ordinario).  Estas palabras, tomadas de un himno de la Liturgia de las Horas, bien se adecuan al día solemne que estamos viviendo en la parroquia Inmaculada Concepción en el Municipio La Cañada de Urdaneta del Estado Zulia. 
Aleluyas y gozo porque es Domingo, el “día del Señor”, día en el cual Jesucristo resucitó y subió victorioso a donde el Padre: “los sellos de la muerte han sido rotos, la vida para siempre es libertad, ni la muerte ni el mal son para el hombre, su destino, su última verdad” (cf. ib.).
Aleluyas y gozo, también, porque hoy conmemoramos el nacimiento ocurrido en esta parroquia hace 150 años, exactamente el 20 de febrero de 1861, de Mons. Felipe Rincón González, que el Señor más tarde llamaría para gobernar la sede de Caracas como su noveno Arzobispo. ¡Justamente, la Cañada de Urdaneta está orgullosa de haber visto nacer a este “hijo ilustre”, como ha sido declarado ayer, post mortem, Mons. Rincón González! En estas figuras de Obispos – sin olvidar obviamente a los sacerdotes, religiosos, religiosas y a los laicos – que han enriquecido y ennoblecido la Iglesia venezolana en el curso de su historia, nosotros vemos la obra del amor de Dios que no abandona jamás a su rebaño, sino que lo custodia, lo protege y lo conduce a través de los tiempos bajo la guía de aquellos que Él mismo elige como vicarios de su Hijo y los constituye en Pastores (cfr. Prefacio de los Apóstoles). Con el Salmo responsorial decimos entonces: “Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre.  Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios”.
Hemos venido, esta mañana, a bendecir y agradecer al Señor por el bien que nos ha hecho (cfr. Antífona de entrada) a través de la vida y la obra de Mons. Rincón González, y a todo deseo dirigir un saludo fraterno y afectuoso en nombre del Papa Benedicto XVI: al Rvdo. Mons. Marcos Martínez Lerena, Párroco de esta parroquia, al cual deseo expresar mi profunda gratitud por la invitación a presidir esta Eucaristía; a los demás sacerdotes concelebrantes, el P. Roberto y el P. Rafael, originarios también de esta parroquia; a las Autoridades civiles que gentilmente nos acompañan, especialmente a los representantes de la Alcaldía y de la Cámara Municipal: agradezco a estas últimas por el honor que me hicieron ayer al declararme Huésped de Honor y otorgarme la Llave del Municipio y el Escudo de Armas de la Familia Urdaneta; a los seminaristas, a los miembros de los Grupos, Asociaciones y Movimientos de Apostolado y a todos los fieles aquí presentes.
También traigo a ustedes la paternal solicitud del Papa hacia los católicos venezolanos y su Bendición que es para todos, pero en modo especial, para las familias de esta comunidad y las personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu por la enfermedad, la pobreza, la falta de esperanza. Los invito, por otra parte, a rezar por las intenciones y el ministerio del Papa que, entre sus funciones, tiene aquella de apacentar, acompañar y mantener en la unidad al Pueblo santo de Dios; los invito a crecer en la comunión con Él y en la cordial adhesión a su Magisterio, con el cual confirma en la fe a los hermanos (cfr. Lc. 22,32).
De Mons. Felipe Rincón González queremos destacar, en esta celebración, que fue un Padre y un Pastor bueno en medio de su pueblo, y un hijo obediente de la Iglesia, con un estilo de vida sencillo que lo distinguió en todas las fases de su existencia humana, cristiana y sacerdotal.
Estas características emergieron desde los primeros años de su sacerdocio, que recibió de manos del Obispo de Mérida, Mons. Antonio R. Silva, a los 35 años de edad, habiendo iniciado su formación eclesiástica después de los 25 años, muy tarde para la época, cuando los candidatos al ministerio sacerdotal normalmente comenzaban el Seminario desde una temprana edad.  En San Cristóbal, que ya para entonces era uno de los puestos de mayor importancia y distinción de la diócesis Emeritense, donde fue nombrado Cura y Vicario en 1899, mostró celo, rectitud, prudencia y caridad y se conquistó el afecto de todos sus feligreses, lo mismo que de todo el Clero de la Vicaría. 
Aprecio y amor del pueblo se ganó también en Caracas, a partir de 1918, dando prueba de dedicación y de entrega a sus hijos  durante el azote de la gripe llamada “española”.  Le tocó presidir la Junta de Socorros, que hizo frente a las necesidades de los enfermos más pobres.  Logró movilizar toda la caridad de la Arquidiócesis. En cada parroquia y barrio se abrieron dispensarios para la distribución de medicinas y alimentos, además de muchos comedores populares, y se fundaron cinco hospitales de emergencia.  Recomendó a sus sacerdotes que atendieran espiritualmente a los enfermos y él mismo dio el ejemplo, pasando a auxiliar en sus lechos a los enfermos y moribundos.
Marcado por dos siglos con distintas sensibilidades, Mons. Felipe Rincón González fue llamado, según los designios de Dios, para dar respuesta a los retos y para desarrollar instituciones, debilitadas por la guerra y por las luchas sangrientas del siglo XIX, entre las que se debe destacar con mucho énfasis el Seminario, que desde los primeros días de su ministerio colocó como programa y como meta para la Iglesia de la Capital. Él logro llevarlo a término en el año 1921: un amplio edificio, encumbrado en lo que en ese entonces era una zona distante de Caracas, rodeado de verde y custodiado por el cerro El Ávila.  Gracias a sus relaciones con el General Juan Vicente Gómez, logró el definitivo ingreso de los Padres Jesuitas en Venezuela, quienes se ocuparían de la dirección del Instituto y serían los formadores de generaciones de sacerdotes que brillaron después por su personalidad y su celo pastoral, y también por su oratoria y su pluma. Gracias a su obra, en efecto, la Iglesia venezolana dio a la Patria destacados periodistas, como por ejemplo, S.E. Mons. Pellín, que fue también Director del diario La Religión, otra de las grandes obras a la que dio impulso y renovación Mons. Rincón González, convirtiéndolo en uno de los mejores periódicos de Venezuela.
Fue Pastor de Caracas en el momento en que era necesario un hombre de trato afable y paterno, capaz de traer consigo la paz y la unidad.  Sin brillar por su ciencia, cultura u oratoria, se destacó en lo que todo cristiano y sacerdote se debe destacar: en el cumplimiento de la voluntad de Dios y en el servicio al prójimo. 
Su actitud interior de la búsqueda de la voluntad de Dios – que también hemos pedido para nosotros en la oración colecta de esta S. Misa – brilla en la cuestión sobre su nombramiento episcopal. Dos veces lo rechazó, en 1910 para la sede del Zulia y en 1913 para la sede de Guayana. Pero cuando en 1916 le llegó la tercera llamada, para la sede de Caracas, él obedeció y escribió al Presidente de la Republica, General Gómez: “Sin embargo, si el Sumo Pontífice, a cuya obediencia estamos sujetos todos los sacerdotes católicos, cree conveniente mi ascenso a esa dignidad, yo haré todos los esfuerzos posibles para corresponder a la Iglesia y a la Patria”.  En tiempos en los cuales regía el Patronato Eclesiástico, instrumento jurídico por medio del cual los nombramientos episcopales debían tener aprobación por parte del Congreso Nacional, estas palabras suyas expresan también el convencimiento constante de la Iglesia en Venezuela, que era el Papa quien nombraba a los Obispos, ejerciendo su Autoridad como Sumo Pontífice y Pastor Universal de la Iglesia.
Su sencillez en el trato con los más poderosos y con la gente común era verdadera. Su vida, gastada en el servicio a los demás, lo llevó a ser mediador, frente al Presidente de la República, de personas que estaban encarceladas o exiladas por razones políticas. ¡Cuántas madres no acudieron a él para pedir su mediación por un hijo! ¡Cuántas esposas no le expusieron sus dolores por sus maridos! Cuántos se acercaron al Arzobispo Rincón, porque sabían que iban a ser escuchados y ayudados! Son muchas las familias agradecidas aún hoy en Caracas por su bondad. 
En este Pastor fiel se cumplió la Palabra que hoy hemos proclamado en el Evangelio. Jamás se le escuchó protesta por las incomprensiones y nunca dejó de amar a la Iglesia como lo que siempre fue: su Madre.   Supo perdonar y orar. Se puede perdonar y orar por los que nos calumnian y persiguen sólo cuando el perdón está acompañado por la fuerza de la gracia sobrenatural, que enciende en nosotros el deseo hacia la santidad a la cual nos invita el libro del Levítico: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo” y que nos coloca en el corazón aquella tensión hacia la perfección que es la misma perfección de Dios, según las palabras de Jesús que hemos escuchado en el Evangelio:  “Ustedes sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.  Estas expresiones, sean santos, sean perfectos, en el contexto significan claramente: sean perfectos en la misericordia, sean totalitarios en el perdón, sean héroes en el amor.  He allí donde está la belleza del perdón, cuando el prójimo, no obstante nos haga sufrir, no deja de ser un hermano por quien extender nuestras manos en oración delante de Dios.
La experiencia del sufrimiento del inocente es siempre un misterio, es siempre una prueba y para el sacerdote aún más, pues debe vivir y testimoniar todo aquello que ha aprendido en su discipulado, incluso el “...ser obediente hasta la muerte en cruz...” (Filip. 2,6-11).
La fe nace y se robustece en el camino de la cruz.  Así lo demostró Mons. Felipe Rincón González, con una actitud de obediencia a la Iglesia y con la firme convicción que sólo Dios es quien conoce lo más íntimo de la conciencia y del corazón humano.  Él supo transformar el sufrimiento mediante la fuerza de la esperanza que proviene de la fe (cf. Spe Salvi n. 37): “... la capacidad de aceptar el sufrimiento por amor del bien, de la verdad y de la justicia – afirma el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Spe Salvi –  es constitutiva de la grandeza de la humanidad, porque en definitiva, cuando mi bienestar, mi incolumidad, es más importante que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más fuerte; entonces reinan la violencia y la mentira...” (n. 38).  Podríamos decir que este insigne Arzobispo, en medio de la tempestad, echó el “ancla hacia el trono de Dios” (cfr. ib.).   Mons. Rincón González amó la verdad y la justicia para que al final prevaleciera el bien sobre el mal. Sólo así es posible que una persona pueda decir: “Muero en paz con Dios y con los hombres”, como lo diría él mismo en su testamento. Dejaba cinco anillos y una cruz pectoral, que llevó siempre en la peregrinación de su vía crucis.  Pastoreó a su amada Iglesia Diocesana hasta al final y siempre le fue fiel, porque su corazón de Obispo estaba anclado en Aquél que nunca defrauda.
La dura prueba a la que fue sometido desde el año 1931 hasta 1939, constituye un periodo aún hoy de difícil interpretación y que a lo largo de estos años ha dejado su figura en el olvido. No estamos aquí llamados, obviamente, para formular un juicio al respecto. Ello requeriría otro lugar, otras competencias y otras profundizaciones y, en fondo, como solía repetir el Cardenal Quintero: “los juicios hay que dejárselos a Dios” (p. 8), el cual, afortunadamente, “no nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados”. (Salmo responsorial), aunque si ello no quita nada a las responsabilidades individuales. En cualquier caso, la valoración de esta cuestión, como todas las cuestiones, hermosas o no, que tienen que ver con la vida de la Iglesia no va hecha exclusivamente con parámetros humanos sino guiados por la Sabiduría de Dios, aquella de la cual nos habla la segunda Lectura.
Sin embargo, aún hoy, muchos sacerdotes que le han sobrevivido, desde su ancianidad, lo recuerdan con un singular cariño.  También nosotros hemos querido recordarlo y conmemorarlo, en esta ocasión significativa de los 150 años de su nacimiento, movidos por la invitación de la carta a los Hebreos: “Acuérdense de quienes los dirigían, porque ellos les anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo terminó su vida e imiten su fe.  Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre” (Heb. 13,7-8).  Que de verdad, mientras cumplimos este deber de agradecimiento, sepamos aprender de este insigne Pastor la fe, la esperanza, la caridad y el amor a la Iglesia!
Concluyo, en esta idea, citando las palabras de un Cardenal italiano, que quizá muchos de ustedes no conocen, pero que fue uno de los grandes protagonistas del Concilio Vaticano II, el Cardenal  Giacomo Lercaro, Arzobispo de Boloña: “Amen a la Iglesia, como Cristo la amó y dio por ella su sangre. Amen a la Iglesia cuando va al encuentro de sus deseos, aspiraciones, cuando sus órdenes y sus disposiciones encuentran el beneplácito de ustedes, sus pensamientos y su dirección. Pero, ámenla, y ámenla más, también cuando sus disposiciones, sus actitudes, sus órdenes podrían herir la sensibilidad de ustedes o parecer incomprensión … Amen a la Iglesia cuando la vean triunfar, pero ámenla más cuando la vean incomprendida, perseguida, circundada de desconfianza … ámenla defendiéndola, porque la Iglesia es santa aunque no somos santos los que la representamos: la Iglesia es santa porque es santo Cristo que habla en nosotros, que actúa en nosotros, que perdona por medio de nosotros, que santifica y bendice con nuestras manos y que no cesa nunca de guiar a su Iglesia”.  Amén.




 Epílogo

            La valoración de la obra de Monseñor Felipe Rincón González es posible sólo si se reditúa dentro del contexto eclesiástico en el que se desarrolló, de ahí la importancia de conocer la situación de la Iglesia en Venezuela bajo el régimen gomecista. 
            Es importante mencionar la buena impresión que nos ha causado el trabajo de la Tesis de Grado que presentó Mariana Blanco Rincón (sobrina-biznieta de Monseñor Felipe Rincón) para la obtención de la licenciatura en Historia en La Universidad Católica de Lovaina (Bélgica).             El abuelo materno de Mariana y sobrino de Mons. Felipe Rincón, Don Felipe Rincón Rincón, actuó como secretario personal de Mons. Rincón durante los últimos años de la vida del prelado y sufrió muy de cerca el injusto proceso que le siguieron miembros de la iglesia venezolana y de la Nunciatura en Venezuela con el afán de eliminar vestigios del gomecismo en la iglesia venezolana y congraciarse con las nuevas autoridades. Don Felipe, que era hombre de campo, llevado por su sentido de la justicia y con una intuición histórica innata, tuvo la precaución de "copiar" y guardar todos los documentos que entraban y/o salían del despacho de Monseñor.
            Desde la muerte de Monseñor Rincón, Don Felipe buscó incansablemente alguna persona que supiera y quisiera organizar y publicar su archivo. Sin embargo, en un primer momento por la proximidad de los hechos y lo que de escándalo suponía ventilar una actuación tan vergonzosa y posteriormente por lo escabroso del tema, muchas personas capaces eludieron el reto.
            Un día de 1973, Don Felipe recibió en su casa la visita de su Eminencia José Humberto Cardenal Quintero, que en sus años de adolescente siendo seminarista en su natal Mérida, había servido de monaguillo al entonces padre Rincón, por quien toda la vida sintió una gran admiración y cariño, y que conocía muy de cerca lo mucho que había sufrido en tan injusto proceso. El cardenal Quintero fue el primer cardenal venezolano, y a él se debe, después de más de 150 años de esfuerzos de la Iglesia, la eliminación de la ley de Patronato y la firma de un nuevo "Modus Vivendi" entre la iglesia y el estado venezolano en 1964.
El propósito de la visita era solicitar a Don Felipe, los documentos que guardaba, "para ver como historiador que podía hacer con ellos". Pocos días después Don Felipe envió al Cardenal una fotocopia de todos los documentos en su poder... y por un tiempo no se supo nada más del tema.
            A principios de 1976, el Cardenal volvió a visitar a Don Felipe, esta vez le entregó el original de un libro que había escrito sobre el proceso de Mons. Rincón a partir de los documentos de Don Felipe y de otros a los que tuvo acceso, con el compromiso de no publicarlo mientras él (el Cardenal) viviera, y cuando lo hiciese siempre con la autorización del Arzobispo de Caracas en funciones. Don Felipe, emocionado, guardó el libro.
            Mariana terminó su carrera en Lovaina en 1984. Fue a instancias, entre otros, del sacerdote belga radicado en Venezuela Jean Cardon de Lichtbuer conocedor de la historia de Monseñor Rincón, decidió escribir su tesis de grado sobre el tema, para lo cual necesitó, solicitó y obtuvo el consentimiento expreso del Cardenal Quintero, cuando todavía vivía, de utilizar su libro inédito como una de las fuentes de su trabajo.
            La aparición y una cierta divulgación de la tesis de Mariana precipitó la publicación del libro del Cardenal Quintero (Ediciones Trípode - Caracas - 1988), Don Felipe había conseguido su tan preciado propósito, pero su estado de salud no le permitió apreciarlo.
         Esperamos a que, finalmente, cuando la obra de Felipe Rincón González sea reanalizada, sin las distorsiones que produce la visión errada de su relación con el dictador Gómez, se terminará de perfilar por sí solo el retrato del noveno Arzobispo de Caracas, último de Caracas y Venezuela, único cañadero en llegar al episcopado y, hasta ahora, único zuliano en acceder a la Mitra de Caracas.

Fuentes:
Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Caracas:
Epistolario de Monseñor Felipe Rincón González, notas personales de Monseñor Felipe Rincón González, Anales de la Iglesia Venezolana en el Sigo XX, Documento de nombramiento de Monseñor Felipe como Secretario de Cámara de la Diócesis de Mérida, Testamento de Monseñor Felipe Rincón González, Diario de Monseñor Navarro.
Archivo Histórico de la Parroquia Inmaculada Concepción de la Cañada de Urdaneta, Estado Zulia.
Blanco Rincón, Mariana. (1984). “Las relaciones entre el estado y la Iglesia en Venezuela, el arzobispado de Monseñor Felipe Rincón González. Aproximación histórica a partir de las fuentes consultadas en Venezuela”, Tesis de Licenciatura, Bélgica: Universidad Católica de Lovaina.  http://www.blancorincon.com/MonsRincon/
HEMEROTECA DEL DIARIO PANORAMA
Varios números del Periódico el Fonógrafo del Zulia
HERNANDEZ B., Humberto. “Nuestro Tío José Gregorio” 1ra ed. Tomo Segundo. Editorial Sucesores de Rivadeneira. Caracas, 1958.
QUINTERO, José Humberto. Cardenal de la Santa Iglesia Católica. “El Arzobispo Felipe Rincón González”. Ediciones Trípode, Caracas 1988.

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