La crisis de la definición
La Filosofía es mucho más útil de lo que solemos
admitir. Ella “la madre de todas las ciencias” es sumamente generosa, aunque
básicamente sólo busca responder, una y otra vez, a una pregunta incesantemente
reformulada: ¿Por qué?. Para ello siempre ha de empezar por definir la realidad
generando respuestas que proveen de herramientas a las ciencias para dar
soluciones prácticas a diversas problemáticas. Recuerdo siempre con simpatía al
Padre Laudi Zambrano cuando decía en clases de Filosofía Antigua que “la
matemática es la sierva de la filosofía” y la no menos ingeniosa defensa de mi
profesor de matemática, Manuel García, al responderle que “de nada te sirven
unos zapatos si no sabes cómo usarlos”. De esta confrontación un filósofo
seguramente concluiría que lo importante es que la Filosofía te hace descubrir
el zapato en sí mismo. La técnica de cómo calzarlo ya sería una ciencia, pero
no Filosofía. Mientras que un pragmático dirá que lo importante es tener el
calzado y usarlo aunque no se sepa absolutamente nada sobre él. Posiciones
encontradas, por supuesto.
Lo mismo aplica a la Sociología. Como ciencia, ella
busca articular los fenómenos que resultan de la condición gregaria de la
humanidad para dar respuestas oportunas a problemáticas concretas, siempre
partiendo de la reflexión que la Filosofía Social le ha proveido.
No se ha de exigir a la Filosofía ser un manual
pragmático para resolver problemas puntuales. Al contrario, la reflexión
filosófica sobre los problemas genera ciencia. A la ciencia empírica, concreta
y, a veces materialista, compete dar respuesta clara y contundente a la diversidad
de problemas que se le plantean en múltiples ámbitos. Es un error exigir a la
Filosofía que sea materialista simplemente o que no aborde conceptos abstractos
buscando siempre una mayor y más precisa definición de los mismos. La Filosofía
apunta siempre a la definición, al principio en sí mismo. Ella da límites al
concepto y permite la percepción de la realidad y de las realidades con mayor
claridad, conciencia y eficiencia.
Puede decirse con toda autoridad que una de las
causas de la grave crisis que enfrenta nuestra sociedad moderna, especialmente
en la esfera de los valores y de la educación es la “crisis de la definición”.
Generalmente, cuando se pide una definición a alguien, terminamos recibiendo
una descripción. Es decir, se reconocen caracteristicas, accidentes de la cosa
que se ha pedido definir, pero se pierde cada día más el entrenamiento
necesario para urgar en la esencia misma de las realidades. A esto contribuye
sin duda ninguna la dramática situación en que se encuentra la enseñanza del lenguaje
en nuestras escuelas, afectada por lo que se ha dado en llamar en las dos
últimas decádas “la crisis de los paradigmas”. Siendo el lenguaje el
instrumento insustituible de la definición, es cada dia más
necesario y urgente revisar el pensum de estudios de la educación venezolana a
fin de rescatar la enseñanza del lenguaje como elemento fundamental del eje
verbo-numérico que contribuye al desarrollo de la inteligencia, forma y
construye la identitad y da carácter a la personalidad. Filosofía y Lenguaje
son dos elementos estrechamente unidos, inseparables y básicos para estructurar
una educación verdaderamente liberadora, generadora de personas auténticamente
autónomas en su conciencia y constructoras de una sociedad más justa,
solidaria, equilibrada y definidora, porque quien aprende a definir aprenderá
simultáneamente a resolver. La definición es siempre el primer paso al
conocimiento, y éste da el poder, no en vano se dice que quien tiene la
información tiene el poder. La definición es el núcleo mismo de la información.
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