viernes, 30 de septiembre de 2016

La crisis de la definición

 La Filosofía es mucho más útil de lo que solemos admitir. Ella “la madre de todas las ciencias” es sumamente generosa, aunque básicamente sólo busca responder, una y otra vez, a una pregunta incesantemente reformulada: ¿Por qué?. Para ello siempre ha de empezar por definir la realidad generando respuestas que proveen de herramientas a las ciencias para dar soluciones prácticas a diversas problemáticas. Recuerdo siempre con simpatía al Padre Laudi Zambrano cuando decía en clases de Filosofía Antigua que “la matemática es la sierva de la filosofía” y la no menos ingeniosa defensa de mi profesor de matemática, Manuel García, al responderle que “de nada te sirven unos zapatos si no sabes cómo usarlos”. De esta confrontación un filósofo seguramente concluiría que lo importante es que la Filosofía te hace descubrir el zapato en sí mismo. La técnica de cómo calzarlo ya sería una ciencia, pero no Filosofía. Mientras que un pragmático dirá que lo importante es tener el calzado y usarlo aunque no se sepa absolutamente nada sobre él. Posiciones encontradas,  por supuesto.
Lo mismo aplica a la Sociología. Como ciencia, ella busca articular los fenómenos que resultan de la condición gregaria de la humanidad para dar respuestas oportunas a problemáticas concretas, siempre partiendo de la reflexión que la Filosofía Social le ha proveido.
No se ha de exigir a la Filosofía ser un manual pragmático para resolver problemas puntuales. Al contrario, la reflexión filosófica sobre los problemas genera ciencia. A la ciencia empírica, concreta y, a veces materialista, compete dar respuesta clara y contundente a la diversidad de problemas que se le plantean en múltiples ámbitos. Es un error exigir a la Filosofía que sea materialista simplemente o que no aborde conceptos abstractos buscando siempre una mayor y más precisa definición de los mismos. La Filosofía apunta siempre a la definición, al principio en sí mismo. Ella da límites al concepto y permite la percepción de la realidad y de las realidades con mayor claridad, conciencia y eficiencia.
Puede decirse con toda autoridad que una de las causas de la grave crisis que enfrenta nuestra sociedad moderna, especialmente en la esfera de los valores y de la educación es la “crisis de la definición”. Generalmente, cuando se pide una definición a alguien, terminamos recibiendo una descripción. Es decir, se reconocen caracteristicas, accidentes de la cosa que se ha pedido definir, pero se pierde cada día más el entrenamiento necesario para urgar en la esencia misma de las realidades. A esto contribuye sin duda ninguna la dramática situación en que se encuentra la enseñanza del lenguaje en nuestras escuelas, afectada por lo que se ha dado en llamar en las dos últimas decádas “la crisis de los paradigmas”. Siendo el lenguaje el instrumento insustituible de la definición, es  cada dia más necesario y urgente revisar el pensum de estudios de la educación venezolana a fin de rescatar la enseñanza del lenguaje como elemento fundamental del eje verbo-numérico que contribuye al desarrollo de la inteligencia, forma y construye la identitad y da carácter a la personalidad. Filosofía y Lenguaje son dos elementos estrechamente unidos, inseparables y básicos para estructurar una educación verdaderamente liberadora, generadora de personas auténticamente autónomas en su conciencia y constructoras de una sociedad más justa, solidaria, equilibrada y definidora, porque quien aprende a definir aprenderá simultáneamente a resolver. La definición es siempre el primer paso al conocimiento, y éste da el poder, no en vano se dice que quien tiene la información tiene el poder. La definición es el núcleo mismo de la información.


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