jueves, 24 de noviembre de 2016

Libertad, amor y deseo (3)



El deseo no sabe de entrega, sino que se interpreta a sí mismo como apropiación. La pretensión de apropiarse y alcanzar bienes y honores se expresa social e históricamente en un combate y competencia permanente en el ámbito económico, político y cultural. Esto hace que broten cadenas de injusticia económica, de opresión política y de manipulación cultural que tienen sus raíces en el corazón vuelto sobre sí mismo. 
Estas circunstancias, que parecieran ser inocuas y que se interpretan corrientemente como la natural consecuencia y la lógica normal de la ejecución de un derecho natural, se instalan en el mundo y parecen tomar vida propia, consolidándose como estructuras de pecado y sistemas de exclusión que oprimen, discriminan y marginan a los más vulnerables.  
Erradicar estas estructuras de maldad exige liberar del deseo la libertad para ejercerla en el amor. Por ello es preciso purificar el deseo de la apropiación, cortar con la imparable demanda de satisfacciones del propio ego y del propio cuerpo, romper con gustos y caprichos, e incluso renunciar ocasionalmente a pretensiones legítimas, para alcanzar así la libertad interior respecto de los bienes materiales e inaugurar una relación nueva con ellos. 
Ayuda, en este camino de liberación, el ejercicio de una solidaridad sustantiva con los empobrecidos de la tierra. Se trata de sentir como propias las condiciones de vida de aquellos con los que uno quiere ser solidario para compartir su suerte. La conciencia real de fraternidad ayuda a liberar el corazón de las cadenas de la apropiación, haciendo que sea posible que, no cerrándose sobre sí mismo, brote la carne sana de un corazón nuevo. Dar en lugar de recibir y conceder en lugar de apropiarse es el camino de una verdadera liberación interior.

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