viernes, 25 de octubre de 2019

El fruto que esperamos vendrá

No hemos de cansarnos de esperar que de los corazones brote el bien como fruto de la Palabra. Siempre debemos sembrar en el corazón del prójimo la semilla de la bondad que viene de Dios. No es que esperemos bondades humanas disfrazadas en conductas forjadas por apariencias, no. Es que confiamos en que el rocío de la Palabra que riega los corazones, dará su fruto. Por eso no nos decepcionamos cuando algún corazón aún parece inmaduro y no da fruto, es que seguramente le falta tiempo. La obra de la conversión es del Espíritu Santo de Dios que actúa en las personas; de nuestra parte, hemos de anunciar el kerigma, proclamar la Buena Noticia a tiempo y a destiempo y esperar con confianza, sin cansarnos y sin juzgar, porque no es de nuestro resorte el juicio sino la confianza en la misericordia. Por ello no hay lugar a la decepción, sino que alentados por la esperanza, aguardamos ver en los corazones de todos el fruto de la fe, que es el amor en la dimensión de la cruz, porque tenemos plena confianza en que
Dios hará su obra, porque la esperanza no defrauda.

(Padre Alberto Gutiérrez)


sábado, 11 de mayo de 2019

El quería suicidarse, pero ellos se lo impidieron...lo ataron, lo abrazaron a la vida.
Esperanza asistida

jueves, 30 de agosto de 2018


DOS PALABRITAS
Preguntas inquietantes

¿Cómo interactuar con las múltiples ofertas del mundo sin sucumbir a sus propuestas?
¿Cómo crecer desde dentro sin recurrir a la amalgama de la pacotilla que ofrece la apariencia de éxito, comodidad y vanidad?
¿Cómo disfrutar de los bienes y bondades de un mundo rico y diverso sin fracasar en el ejercicio de ser libre?
¿Cómo convivir con una diversidad tan grande de personas, caracteres y culturas sin esclavizarse a la condescendencia de la hipocresía?
            Estas y muchas otras preguntas se formulan desde la profundidad de una conciencia bien formada, conocedora de la necesidad de interactuar con el mundo y con las personas en libertad, en medio de un clima de competencia,.
            Aparecer con frecuencia es el verbo que se impone al ser en la búsqueda de satisfacciones y compensaciones de todo tipo, especialmente las del reconocimiento y promoción afectiva.
            Sólo una conciencia libre del yugo de la pretensión puede garantizarnos los recursos para sortear las vicisitudes del mundo y sus circunstancias para caminar sobre las aguas turbulentas de tanta apariencia, hipocresía y falsedad para triunfar desde adentro.
Ojalá podamos.
Padre Alberto Gutiérrez.

sábado, 9 de junio de 2018

Desnudo de Dios


           Ninguno está libre de tentación. Ni Jesucristo lo estuvo. La gran diferencia es que Jesucristo deja actuar al Espíritu Santo y rechaza de plano las propuestas del demonio, contrario a lo que hicieron Adán y Eva que entraron en diálogo con el mal. Con razón dice el Papa Francisco que con el diablo no se dialoga, porque siempre busca engañarnos para hacernos pecar.
            Nuestro diálogo tiene que ser con Dios, a pesar de nuestras culpas, asumiéndolas con valentía y dignidad, porque a pesar de nuestras miserias, él mismo nos busca para restaurarnos y liberarnos del pecado. Por ello, inmediatamente después del pecado original, Dios sale al encuentro de Adán: ¿Adán, dónde estás?, ¿Qué es lo que has hecho?, grita Dios buscándole en el Jardín y Adán le responde: Aquí estoy, Señor, me escondo de ti porque estoy desnudo. Es como si le dijera he perdido tu gracia, he perdido la inocencia y se me ha llenado el corazón de soberbia y de la idolatría del egoísmo. Estoy desnudo de ti, Señor, y siento mucha vergüenza, porque estar desnudo de ti es la peor miseria. Tengo miedo.
            A pesar de la maldad de su pecado, Dios entra en diálogo con el hombre, no le desecha sino que le busca, pero la respuesta de Adán ante las preguntas de Dios es egoísta y culpa a Eva por sus acciones y ella, ni corta ni perezosa, a su vez culpa a la serpiente.
            Estamos ante el nacimiento del arte de la excusa y del guabineo, no asumir responsabilidades sino escudarnos en otro, culpar a otros por nuestras culpas y responsabilidades. No dejamos actuar en nuestras vidas al Espíritu Santo sino que le contristamos y pecamos en su contra llamando al bien mal y al mal bien, como lo refiere el Señor en el Evangelio de este domingo X del Tiempo Ordinario.
            Pecar contra el Espíritu Santo impide la conversión, porque es el pecado de no escucharle y de apagar su acción en nuestras vidas. El pecado contra el Espíritu Santo no puede ser perdonado porque precisamente es el pecado que impide el arrepentimiento y la conversión. Es el mismo guabineo de escudarnos en una falsa moral llamando bien a nuestro mal por la soberbia de no asumir nuestras debilidades, nuestras culpas, nuestros errores, nuestras fallas sino que culpamos a alguien más, siempre a alguien más, sin aceptar nuestra pobreza y la responsabilidad en nuestras malas acciones.
            El Señor Jesucristo hoy viene a iluminarnos e indicarnos cuál debe ser nuestra actitud frente a la tentación y frente al pecado. Primero, rechazar las insidias del maligno sin entrar en diálogo con él y, segundo, entrar en la dimensión de la misericordia de Dios que nos ama y nos perdona, aceptando honestamente nuestras culpas y arrepintiéndonos de corazón y aceptando su misericordia.
            Precisamente, al final del Evangelio de este domingo, el Señor nos ilustra con un buen ejemplo sobre cómo vivir a la luz del Espíritu Santo: Estos son mi madre y mis hermanos, dice el Señor, los que escuchan mis palabras y las ponen en práctica, el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre; como sabemos que lo había hecho María el día de la anunciación: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. De modo que en la expresión del Señor hacia su madre y sus hermanos encontramos la afirmación de ponerles como ejemplo a seguir. Ellos, su madre y sus hermanos practican la voluntad del Padre y viven según el Espíritu Santo.
            Quien vive en el Espíritu se viste de Dios y de su gracia y ya no experimenta la terrible sensación de desnudez que sintió Adán y que le cubrió de temor y de vergüenza.

Padre Alberto Gutiérrez,
Parroquia Purísima Madre de Dios y San Benito de Palermo.