El Señor Jesús dirige esta
palabra a uno de los ladrones crucificados junto a él. Hace esta promesa precisamente
a uno que “encontrándose en el mismo suplicio” no sólo ha hecho un acto
especial de contrición, sino que se conmueve por las injurias que le gritan a
Jesús, le defiende y se compadece de él. La contrición y arrepentimiento
sincero le alcanzan al ladrón esta promesa de la boca de aquel que con su muerte
en la cruz está abriendo el Paraíso que por el pecado de Adán había sido
cerrado y su gesto misericordioso y compasivo al reconocer la inocencia de
Jesús y lamentarse de la infamia que sufre, hacen que el Señor se mueva a
gratitud y le anuncie el premio a su conversión y a su bondad.
Lo que más destaca en la actitud del ladrón es
descubrir el misterio de Cristo como su salvador en el momento en el que Jesús
aparece humanamente fracasado, derrotado y vencido; reconocer la verdad de
Jesús en la humillación, en el dolor y en la amargura de la cruz, no se deja
llevar ni convencer por la opinión de los judíos y los soldados, que se
burlaban de Cristo. Mientras los poderosos le dicen a Cristo que “se baje de la
Cruz”, porque no pueden creer que un hombre crucificado, humillado, vencido y agonizante
pueda ser el Mesías, el ladrón, en cambio, iluminado por la fe y habiendo
recibido la gracia de la contrición perfecta, reconoce en Cristo crucificado a
su rey y salvador.
Debido a la fortaleza de su fe, y a pesar de estar él
mismo crucificado, el ladrón no le pide a Cristo que “baje de la Cruz”, sino
que le dice: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Él sabe que Cristo ha
de morir, pero sabe también, por la fe, que la muerte no será el final de aquel
que padece a su lado.
La fe del ladrón pareciera, de algún modo misterioso,
intuir que la cruz conduce a la vida y que luego de ella viene algo
infinitamente superior. Su mérito es el de quien no sólo acepta su propio
sufrimiento sino que lo ve iluminado por el sufrimiento de Cristo, paradoja de
quien en la ignominia más abominable reconoce la verdad.
Ojalá nosotros, como el ladrón arrepentido, no sólo
podamos convertirnos honestamente al Señor, sino que además seamos capaces de
reconocerle allende las apariencias y los honores humanos para descubrirle en
la pobreza y el sufrimiento de tantos hermanos nuestros crucificados en el
diario trajinar, con sus derechos pisoteados, llenos de temor ante las inmensas
necesidades que sufren.
Indudablemente la misericordia del Señor está mucho
más allá de nuestras miserias, pero es necesario que reconozcamos nuestras
culpas y, además, seamos compasivos con los hermanos que comparten nuestro
camino y nuestras luchas, no importa si en esas bregas diarias pensamos y
sentimos diferente.
Reconocer a Cristo en el misterio de la cruz, de la
humillación, de la pobreza, de la carencia de éxito en términos humanos es encontrarse
con él en los empobrecidos de la tierra, en los marginados, en los abusados y
utilizados por los sistemas y esquemas de opresión que los manipulan y engañan
con falsas promesas de desarrollo que en lugar de liberarles les esclavizan a
ideologías reduccionistas, ya sean de carácter político o de cualquier otra índole.
Padre Alberto Gutiérrez, Parroquia
Purísima Madre de Dios y San Benito de Palermo, en El Bajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario