sábado, 24 de marzo de 2018

Meditación de las siete palabras. La segunda (Lc.23, 43): Hoy estarás conmigo en el Paraíso.


El Señor Jesús dirige esta palabra a uno de los ladrones crucificados junto a él. Hace esta promesa precisamente a uno que “encontrándose en el mismo suplicio” no sólo ha hecho un acto especial de contrición, sino que se conmueve por las injurias que le gritan a Jesús, le defiende y se compadece de él. La contrición y arrepentimiento sincero le alcanzan al ladrón esta promesa de la boca de aquel que con su muerte en la cruz está abriendo el Paraíso que por el pecado de Adán había sido cerrado y su gesto misericordioso y compasivo al reconocer la inocencia de Jesús y lamentarse de la infamia que sufre, hacen que el Señor se mueva a gratitud y le anuncie el premio a su conversión y a su bondad.
                Lo que más destaca en la actitud del ladrón es descubrir el misterio de Cristo como su salvador en el momento en el que Jesús aparece humanamente fracasado, derrotado y vencido; reconocer la verdad de Jesús en la humillación, en el dolor y en la amargura de la cruz, no se deja llevar ni convencer por la opinión de los judíos y los soldados, que se burlaban de Cristo. Mientras los poderosos le dicen a Cristo que “se baje de la Cruz”, porque no pueden creer que un hombre crucificado, humillado, vencido y agonizante pueda ser el Mesías, el ladrón, en cambio, iluminado por la fe y habiendo recibido la gracia de la contrición perfecta, reconoce en Cristo crucificado a su rey y salvador.
                Debido a la fortaleza de su fe, y a pesar de estar él mismo crucificado, el ladrón no le pide a Cristo que “baje de la Cruz”, sino que le dice: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Él sabe que Cristo ha de morir, pero sabe también, por la fe, que la muerte no será el final de aquel que padece a su lado.
                La fe del ladrón pareciera, de algún modo misterioso, intuir que la cruz conduce a la vida y que luego de ella viene algo infinitamente superior. Su mérito es el de quien no sólo acepta su propio sufrimiento sino que lo ve iluminado por el sufrimiento de Cristo, paradoja de quien en la ignominia más abominable reconoce la verdad.
                Ojalá nosotros, como el ladrón arrepentido, no sólo podamos convertirnos honestamente al Señor, sino que además seamos capaces de reconocerle allende las apariencias y los honores humanos para descubrirle en la pobreza y el sufrimiento de tantos hermanos nuestros crucificados en el diario trajinar, con sus derechos pisoteados, llenos de temor ante las inmensas necesidades que sufren.
                Indudablemente la misericordia del Señor está mucho más allá de nuestras miserias, pero es necesario que reconozcamos nuestras culpas y, además, seamos compasivos con los hermanos que comparten nuestro camino y nuestras luchas, no importa si en esas bregas diarias pensamos y sentimos diferente.
                Reconocer a Cristo en el misterio de la cruz, de la humillación, de la pobreza, de la carencia de éxito en términos humanos es encontrarse con él en los empobrecidos de la tierra, en los marginados, en los abusados y utilizados por los sistemas y esquemas de opresión que los manipulan y engañan con falsas promesas de desarrollo que en lugar de liberarles les esclavizan a ideologías reduccionistas, ya sean de carácter político o de cualquier otra índole.
Padre Alberto Gutiérrez, Parroquia Purísima Madre de Dios y San Benito de Palermo, en El Bajo.

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